miércoles, 21 de febrero de 2007

Inmunidad

Ayer volví a cruzarme con el Ex-ex: es decir el ex anterior a mi actual, a quien, por practicidad, llamaremos Ex al cuadrado (Ex2).
Aunque la relación que tuve con Ex2 duró apenas unos cinco meses, fue la que más que costó superar. No creo haber estado enamorada de él, sino más bien obnubilada: era hombre muy alto, muy guapo, ojos claros, hoyuelos en las mejillas y físico de nadador. La primera vez que lo vi desnudo comprendí que había excedido la cuota de lomo que me correspondería en la vida, y que de allí en adelante me podrían tocar hombres buenos, hombres simpáticos, hombres bellos a su manera, pero de esta manera, seguro que no.
Para completar el cuadro, Ex2 es muy serio y de pocas palabras: por supuesto, yo confundía inexpresividad con misterio, y rellenaba sus silencios con pensamientos profundos y sentimientos que suponía bullían en su interior. Cuando por fin cortamos (mientras su entusiasmo decaía, aumentaba mi nivel de demanda, lo que redundó en que él me pidiera un tiempo y una semana más tarde yo, llorando, tuviera que decir no puedo más) caí enferma, en cama, con una fiebre altísima que los médicos no sabían a qué atribuir. Como había tenido fiebre alta sólo dos veces en la vida, estaba aterrorizada, y me sentía la protagonista de una novela de Jane Austen pronta a morir de amor.
Digamos que no me morí nada, pero que igual lo lloré varios meses, y con el tiempo entendí que él nunca se enteró de quien era yo y que ni se había tomado el trabajo de conocerme. De todos modos, Ex2 viene a dar clases una vez por semana a la facultad que queda frente a mi casa, por lo que una vez cada tanto no tengo más remedio que cruzármelo.
Hasta hace un par de meses, cada vez que lo encontraba era como ver al Anticristo: si él no me veía, evitaba cruzarlo de frente, y si él me veía y frenaba a saludarme (un saludo torpe, algo culposo y, demás está decirlo, muy escueto) yo contestaba con monosílabos, miraba todo el tiempo el reloj y fingía estar muy apurada.
Ayer, en cambio, la que frenó fui yo, lo saludé, sonreí, me despedí, y crucé la calle con la satisfacción de un descubrimiento. Este hombre por el que había llorado tantas noches ahora me era completamente indiferente: me pareció desgarbado, desteñido, y los hoyuelos le daban un aire a Kiko del Chavo del Ocho.
Quizás todo era cuestión de poner a un Ex de por medio, que él ya no fuese más El Ex sino el anterior, darle un lugar inferior en el podio, o incluso sacarlo del podio a escobazos.
Ahora, si me lo llego a cruzar a Ex, ahí sí, seguro que me muero.

lunes, 19 de febrero de 2007

Defectos


Soy la peor clase de animal doméstico: soy vaga. Desde que tengo memoria, odio planchar, lavar, cocinar, repasar, ordenar, barrer, limpiar. No siento la menor inclinación por ninguna de esas tareas que, por generaciones, las mujeres han sabido abarcar como si se tratara de una segunda naturaleza.

No soy feliz en la mugre ni en el completo desorden, por lo que hago lo mínimo indispensable y vivo el resto con culpa. Para peor, la muchacha que venía cada tanto a refregar estantes y limpiar vidrios, comenzó a hacer llamadas escandalosas en mi teléfono de línea y algo se rompió entre nosotras: tuve que dejar de llamarla.

El Ex, en cambio, era (es) fanático absoluto del orden y la limpieza, casi rayando lo patológico, por lo cual nos sufríamos mutuamente. Yo, porque me esforzaba aunque sabía que mis esfuerzos nunca iban a alcanzar sus estándares sanitarios, y él por lo mismo. Nos preocupaban las complicaciones de una futura convivencia.

Cuando mi madre llamó a mi abuela para informarle de mi separación, mi abuela dijo:

-"No importa. Ya encontrará algo mejor. Aunque A. no sepa hacer las cosas de la casa, ella tiene otras virtudes"

La abuela sabía que Ex era fanático del orden, y a mí me conoce desde siempre. Pero lo dijo como si yo tuviera un defecto evidente sobre el cual no hubiera mucho que hacer: un ojo de vidrio, o una pierna más corta que la otra. Tengo, de hecho, otras virtudes. Pero mi abuela no tiene ni idea de cuáles son: todavía no entiende por qué, si estudíé Comunicación, no aparezco hablando en su televisor todos los mediodías en el noticiero. Lo bueno es que ella es la madre de mi madre y no la mía, por lo cual -por suerte- no tengo que ser yo quien se desviva por cumplir sus expectativas.

Esa es tarea de mi madre, y bastante mala sangre que se hace ella. Pero ese es tema para otro post.



domingo, 18 de febrero de 2007

Nunca digas nunca

Siempre miré con cierta condescendencia esos blogs en los que la gente cuenta su vida de manera más o menos velada para ser leída por perfectos desconocidos. Esa gente que, además, postea la mitad de las palabras en inglés y la otra mitad en castellano. Es cierto que yo soy y fui lectora asidua de esos blogs, mientras más confesionales mejor.
Pero ustedes (suponiendo que haya ustedes) se preguntarán, entonces, qué carajo hago hoy, domingo de sol por la tarde, haciendo algo que dije que no, que yo nunca.

La verdad, como casi siempre, involucra a un muchacho. Hace algo más de un mes corté una relación de casi dos años, la más larga que tuve en mis treinta de vida, y así quedé. Quedé bien, I will survive, pero quedé sola. Y yo sabía quedar sola antes, cuando era joven, siempre había estado sola, pero ahora es distinto. Me largaron al mundo y de repente tengo treinta y no me lo termino de creer y soy sola y sé hacerlo, pero tampoco tengo ganas de que eso dure mucho tiempno y no sé qué va a pasar.
Así estamos.