martes, 6 de marzo de 2007

Cara de Novia





I
La Dra. y yo conocimos a la Tía en nuestro primer año de estudiantes en Buenos Aires. La Tía era de un pueblo cercano al nuestro: enseguida me cayeron bien su espontaneidad, su inteligencia y su modestia. Sin embargo, de haber vivido en el mismo pueblo, seguramente no habríamos podido ser amigas. La Dra. y yo fuimos al secundario en el colegio donde estaban las chicas más lindas, pero estábamos en el otro curso, el de las que tenían buenas notas. Mientras la Tía en su pueblo era elegida Reina de la Fiesta de alguna Oleaginosa y tenía un novio oficial tres años mayor, nosotras perpetuábamos el statu quo festejando la Semana de la Dulzura como si se avecinara el Apocalipsis, cultivando amores imposibles, y adoptando las modas menos sentadoras de la época.

II
Para cuando nos conocimos en la Capital, la Tía nos llevaba varios cuerpos de ventaja. En esa época, por ejemplo, ella ya sabía que quería casarse y tener hijos, y actuaba en consecuencia. A diferencia de nosotras, que no podíamos pensar en el futuro más allá de los veinticinco, la soltería siempre fue para la Tía el breve lapso –un parpadeo, apenas– entre un novio y el definitivo. Mientras nosotras perseguíamos al guitarrista de la bandita de rock y creíamos que de verdad al día siguiente nos llamaría, porque que de verdad se acordaría de memoria nuestro teléfono, la Tía comenzaba a insistirnos con el ahora famoso: “Poné Cara de Novia”.

III
Parece que sí, que hay una Cara de Novia. Por aquella época, un sábado a la noche en el que me fue a buscar a casa y prácticamente me obligó a vestirme para salir, la Tía conoció al Tío. Estábamos sentadas en el sillón de un boliche –que ahora se llama distinto– en Palermo –que ahora se llama Soho–. Lo vio entrar y, aunque la puerta quedaba a unos cuantos metros de distancia y la Tía es bastante corta de vista, dijo con seguridad:
-Me gusta ese chico.

IV
Aproximadamente dos años más tarde, la Tía se casó con el Tío, que resultó ser una persona adorable y encabeza mi ranking de marido-novio favorito de todos los tiempos de cualquiera de mis amigas. La Tía y el Tío son tal para cual, y llevan una vida organizada pero divertida, llena de actividades, viajes, amigos, y logros profesionales y personales. De hecho, dentro de pocos meses la Tía nos dará nuestro primer sobrino. Aunque carecemos de esa fiebre de planificación, la Dra. y yo no tenemos de qué quejarnos: nuestro aspecto mejoró notablemente desde la época del secundario, trabajamos de lo que nos gusta y –con nuestros altibajos sentimentales– somos muchachas sanas y queridas por quienes nos rodean.

V
Después de haber comprobado las bondades del sistema, la Tía quiere ver a todas sus amigas enamoradas y en pareja, y se dedica a evangelizar escépticas con la convicción de un pastor brasileño de trasnoche. Cada vez que habla de alguna conocida, o de otra de sus amigas del pueblo aún soltera, sentencia con preocupación: “es que no pone Cara de Novia”. En el último tiempo ha llegado a tomar cartas en el asunto para comenzar a formar parejas por su cuenta. Con mi reciente separación, y el hecho de que la Dra. –a pesar de sus evidentes cualidades– lleve un par de años sin novio formal, era cuestión de tiempo hasta que llegara nuestro turno. Como para la Tía el orden es importante, a la Dra. le tocó primero.

VI
“Tengo un compañero de trabajo para presentarte”, decía el mensaje de la Tía en el contestador. “Te va a encantar: es igual a mí”. La Dra. me repite, incrédula, “¿Me va a gustar porque es igual a ella?”. Ya sabés lo que quiso decir, digo: que si te llevás bien con ella, vas a llevarte bien con él. La Dra. no quiere una presentación oficial, pero tampoco está segura de aceptar una cita a ciegas: su única experiencia en este tipo de encuentros resultó un fracaso. Comienzo mi campaña: la Tía confía en mi poder de persuasión. A lo mejor puedo pedirle una foto, me dice. De ninguna manera, digo yo, categórica, las fotos siempre engañan. Dan una impresión, una sola, y puede ser la equivocada: tenés que conocerlo personalmente. Está bien, dice la Dra., ya convencida, voy a salir: la Tía me conoce, sabe quién me puede llegar a gustar.

VII
Mis teorías sobre la arbitrariedad de la imagen fotográfica y la subjetividad de la percepción no sirvieron de nada. La Tía, envalentonada después de una primera experiencia como Celestina –presentó a un amigo del Tío con una ex compañera suya, y hubo intercambio de números de teléfono– llevó la cámara al trabajo y tomó imágenes del Candidato. Se las envía por mail a la Dra., que viene a casa a verlas conmigo. El Candidato ya está avisado y aprobó su currículum: sólo falta un sí de ella y se produce el encuentro. Los archivos tardan en abrir; cuando lo hacen, las dos exclamamos al mismo tiempo dos frases distintas:
-No es mi tipo. No salgo ni loca.
-Qué fuerte que está.

VIII
Definitivamente, el Candidato es más mi tipo que el de ella. La Dra. reconoce que se parece bastante a mi Ex, y en nada a cualquier muchacho en el que ella se haya fijado desde, por lo menos, los quince años que la conozco. Cree que, por más voluntad que ponga, no va a haber coincidencia. No hay vuelta atrás. Esta vez, no me alegro de tener razón.

IX

La otra pareja armada por la Tía tampoco prosperó: aunque su ex compañera puso toda la Cara de Novia que pudo, el amigo del Tío nunca volvió a llamarla. La Dra., por su parte, encontró candidato solita: un muchacho que a primera vista no le pareció ni fu ni fa, pero que la conquistó en base a buen humor, sensibilidad y atenciones. La Tía no se da por vencida. Su próximo objetivo soy yo, dice, aunque asegura que en este momento no estoy en condiciones de poner Cara de Novia. Primero, sostiene, necesito una relación “de transición”, y recién entonces la Cara de Novia me va a salir sola. Yo le creo. Se ve que me tiene fe.