martes, 24 de julio de 2007

Poderes


I
El Tío y yo no somos parientes. De hecho, él todavía no tiene sobrinos propios. De hecho, ni siquiera el apodo le pertenece del todo: el Tío es el marido de la Tía, y a ella le decimos así desde antes de que se conocieran. Como ya conté alguna vez, el Tío encabeza la lista de los maridos/novios favoritos de todas mis amigas. Aunque a veces lo parezca, está lejos de ser un santo. Pero hay algo más: el Tío tiene poderes.
II
A lo largo del tiempo, ha demostrado tener una capacidad casi sobrenatural para analizar parejas. Con sólo verlas y conversar un rato, el Tío detecta en qué etapa de la relación están, cuánto tiempo permanecerán juntos y cuál será la causa de la separación. ¿Suena aterrador? Lo es.
III
Todo se ve agravado por su incapacidad de edulcorar o disfrazar lo que piensa. Con amigos, compañeros de trabajo, amigas íntimas de su mujer, o incluso con desconocidos, el Tío funciona más o menos de la misma manera. Si le preguntan, él, con su eterna sonrisa de chico bueno, responde. Y la respuesta no siempre es la que una querría escuchar.
IV
Por ejemplo: tiempo atrás, después de unos meses de relación, la Doctora consideró que ya era tiempo de que los Tíos conocieran a su chico, un muchacho de origen norteamericano que vivía desde hacía más de un año en Buenos Aires, y según decía, había venido para quedarse. El encuentro fue un éxito: al día siguiente, la Tía llamó para avisar que el Tío ya había dado su bendición.
V
Pero la Dra. no pudo resistirse y, esa misma semana, vía chat, le preguntó directamente al Tío qué pensaba del candidato: desde la oficina del centro porteño donde ejerce tareas que nada tienen que ver con la adivinación, el Tío escribió la siguiente frase “vas a tener que hacer que se enamore de Argentina tanto como lo está de vos”. En cuanto supo lo que le había dicho a su amiga, la Tía se indignó con su marido y su honestidad brutal. La Dra., en cambio, en ese momento sólo se alegró, porque los sentimientos de su chico eran tan evidentes a los ojos de los demás como lo eran para ella.
VI
No hace falta que diga cómo terminó la historia: tres meses más tarde, sin una sola palabra o actitud que lo presagiara, el yanqui –de pronto frío y desconocido– le anunció a la Dra. que a fin de año se volvía definitivamente a su país, y sus planes futuros no la incluían.
VII
El sábado pasado, en el cumpleaños de la Tía, algún amigo del Tío me preguntó, medio en broma medio en serio, cuándo iba a aparecer con un muchacho. Mi respuesta fue: nunca. Tengo más miedo de llevar a una potencial pareja a esa casa, que de llevarlo a comer con mi familia, que incluye a un padre y cuatro hermanos de un porte considerable. O, quizás, debería hacer todo lo contrario: dejar que el Tío haga su diagnóstico de entrada, y al menos saber que si se acerca el final no me tomará desprevenida.

martes, 17 de julio de 2007

Paz


I
Desde que estoy sola, mis amigas que no lo están llaman a casa cuando tienen una emergencia emocional. Como aquí no hay niños, ni padres, ni marido, ni tampoco muchas cenas románticas que interrumpir, saben que el teléfono puede sonar a cualquier hora y yo atiendo: tranquila, como si las estuviera esperando, desde el sillón de mi casa escucho el relato de los hechos. Con la tristeza enorme que da saberlas sufrir, pero con la inevitable serenidad que da saber que la angustia es de la otra.
II
Si lo que escucho me sorprende, soy lo suficientemente honesta como para no disimular mi desconcierto. Y aunque las dos sepamos que yo no tengo la solución y lejos estoy de intentar tenerla, en esos momentos de algún modo siempre encuentro algo para decir. Claro que, desde una cierta distancia, el mapa se ve mucho mejor.
III
Con la voz más tranquilizadora que tengo, hablo. Y mientras desde el sillón del living me miro hablar por teléfono en el espejo que tengo enfrente, pienso en lo tranquila que estoy, en la angustia que me ahorro, y no siento nada de nostalgia por haber estado una vez en esa situación. Entonces toma forma y me asalta, traicionero, este pensamiento: estoy mejor así. Me consigo un (buen) amante que me visite regularmente, y mi vida es casi perfecta.
IV
Y mientras el llanto del otro lado se calma de a poco, sólo por el efecto que provoca hablar y tener quien escuche, me digo que me engaño. O, mejor dicho, me digo a quién intentás engañar. Si en el fondo, aunque no sepas si funciona, aunque casi todos tus ejemplos para creer que sí funciona pertenezcan a generaciones anteriores (entre los contemporáneos hay tan pocos), querés la angustia, ser la que demanda, la que se ofende, la de la telenovela.
V
Vuelvo a entender que, aunque ahora no lo sienta, va a haber un momento en el que voy a empeñar toda esta tranquilidad y a pedir con lágrimas que la paz se vaya, para otra vez ser yo la que llama a mi amiga a la una de la madrugada.

miércoles, 11 de julio de 2007

Vueltero



I
Este blog se llama como se llama por una razón: es una frase que utilizo a diario, y mis amigos y conocidos sonríen al escuchármela decir, porque saben, o intuyen, qué es lo que se viene después. Soy directa, a veces demasiado, pero me gustan las cosas claras. Soy simple, no fácil. O mejor dicho: soy complicada, muy complicada, o al menos eso es lo que vengo escuchando desde muy chica, pero trabajo mucho para mantener la simplicidad. Y en las relaciones, de cualquier tipo, en este momento al menos, eso es lo que pretendo. No sé especular, no especulo y ahora me doy cuenta de que eso quizás sea un problema. Soy incapaz de llevar adelante con una mínima convicción todos esos rituales de acercamiento y alejamiento, todo ese juego de abanicos de geisha, te miro pero no, te doy pero tampoco, vení pero mejor… lindo, mejor andate.

II
Por eso, querido Vueltero, precioso y encantador Vueltero, si decido invitar a un muchacho a mi casa (o, para ser más exactos, hacerme eco de la autoinvitación de ese muchacho), no espero que esa persona cuente los días como un preso hasta que el encuentro se produzca, o sí, pero espero que –al menos– se lo agende con cierta animación.
Si, cuando por el motivo que sea, el encuentro debe suspenderse, pretendo que ese mismo muchacho intente compensar el haberme dejado plantada con otra cita que se produzca a la brevedad. No con una para la que tengo que esperar aproximadamente la misma cantidad de días que para el turno de mi ocupadísimo dentista.
Mientras me quito, por segunda vez en menos de una semana, la tierra de los zapatos y de las medias y de la botamanga de los pantalones, y me siento completamente tonta (una muchachita simple y tonta), anuncio que este blog continúa con su programación habitual.
Sepan disculpar las molestias ocasionadas.

domingo, 8 de julio de 2007

Educación

I

Hace unas semanas me fui de vacaciones a Bolivia y Perú con tres chicas más. Durante quince días el grupo se compuso de cuatro mujeres y un varón, al que llamaremos A, que era nuestro guía y pasaba con nosotras casi las 24 horas. Desde luego, llegó un momento en el que hablábamos delante de él como si no hubiese un hombre presente. El día cinco o seis, durante la etapa boliviana, se incorporó al grupo Osvaldo, un guía local que convivió dos días con nosotros. A Osvaldo, claramente, la compañía de cuatro mujeres presa de la euforia de los primeros días de vacaciones lo exasperaba un poco. Yo, por mi parte, no lograba entender cómo hacía A. para no inmutarse ante nuestras conversaciones, preguntas y reclamos. Ya lo sé, es su profesión y está acostumbrado, pero también Osvaldo, para el caso. Durante una cena en nuestra última noche en Copacabana, comprendí: cuando salió el tema de nuestras familias, A. reveló que tenía cuatro hermanas mujeres.
II
Este ejemplo sirvió para reforzar algo que sostengo desde hace tiempo: todos los hombres deberían tener hermanas. Y a aquellos que no tienen, deberían proporcionárseles hermanas sustitutas. Estoy convencida, además, de que los hombres con hermanas son mejores parejas. El universo femenino es infinitamente más complejo que el de los hombres: está hecho de la suma de pequeños detalles en apariencia insignificantes, y que sólo pueden apreciarse durante una convivencia prolongada y entre pares. Por infinitos motivos, con las madres no alcanza, y unas vacaciones en carpa con la novia a los veintiún años tampoco son suficientes para que ellos comprendan de qué estamos hechas.
III
El hermano es el primer hombre testigo de los momentos más humillantes de la vida de una: el varón que tiene hermana, la ve llorar junto al teléfono porque el chico que le gusta no la llamó. Es observador de la fluctuante dinámica de la relación madre-hija, sabe que cada tantas semanas hay que calentar la cera para depilarse el bozo, que una vez al mes los cambios de humor pueden convertirnos en bestias imprevisibles. Nos ve matarnos de hambre durante dos semanas y despacharnos seis alfajores de maicena en dos minutos. Sabe que antes de salir acaparamos el baño y nos probamos cincuenta vestidos, y tiene horas de conversaciones escuchadas -por teléfono o en vivo- con nuestras amigas.
IV
Por eso, y aunque a veces no fueran de lo más simpáticas, siempre respeté mucho a las hermanas de mis ex, y jamás intenté tirarles mala onda. Consideraba que, de alguna manera, ellas eran quienes me habían allanado el camino. Por mi parte, en casa, como única mujer de cinco, mis hermanos alguna vez me vieron resistir estoica ante el guiso de lentejas porque estaba a dieta, me miraron desconcertados cuando me emocioné con un programa de tele; en alguna ocasión, uno debió salir corriendo a la farmacia a comprarme Ibuevanol. Creo que todo esto fue ni más ni menos que darles una educación. Espero que todas mis cuñadas -actuales, potenciales y futuras- sepan apreciar el esfuerzo realizado. Pero ni falta hace que me lo agradezcan.

lunes, 2 de julio de 2007

Civilización

I
Creo que podría definirme como una persona sanguínea, apasionada, visceral, o cualquiera de esos adjetivos que usa la gente para decir que una tiene su carácter. Debe ser la parte de sangre siciliana que me tocó en herencia, o la otra parte andaluza, o la combinación de ambas, o vaya uno a saber qué. Quizás por eso, al terminar una historia en la que hubo amor o, al menos, algo de pasión, creo en los portazos, las lágrimas, las declaraciones grandilocuentes, los insultos, las amenazas. Siempre tuve la convicción de que una relación terminada debía generar entre las personas involucradas un abismo, para que en el medio quedaran el dolor, el resentimiento, las cosas equivocadas que se dijeron, todos proyectos que quedaron truncos.
II
Por lo tanto, toda la vida contemplé a esa gente que conserva a sus ex como amigos como engendros de la naturaleza. Me resultaba incomprensible que hubiese gente que no sólo no elimina a sus ex de su lista de contactos del msn, sino que se interesa por su vida sin ellos, los invita a sus cumpleaños y hasta se molesta en conocer y simpatizar con la nueva pareja del otro. Para mí, intentar cultivar una amistad en el terreno donde nació, creció y se marchitó una relación, era equivalente a deshonrar la memoria de ese amor trágicamente concluido.
III
Sin embargo, en este último tiempo ha sucedido algo que no esperaba. Al menos por mail, el Ex y yo nos hemos vuelto espantosamente civilizados. Más que civilizados, amables. Más que amables, sinceramente preocupados por el otro. En lugar de insultos, ironías hirientes o restos de angustia mal digerida, entre su casilla de correo y la mía van y vienen mails que casi parecen tarjetas navideñas, de tantos buenos deseos de plenitud, felicidad y abrazos para los respectivos miembros de nuestras familias.
IV
Es cierto que él vive allá y yo vivo acá, y desde la ruptura todavía no nos hemos visto cara a cara. Y la verdad es que no espero con ansias el momento de reunirnos, pero tampoco me horroriza la idea de volverlo a ver. Sé que no estoy más enamorada de él, y hace tiempo que dejé de sentir nostalgia por los pequeños detalles encantadores nuestra relación, por lo que no tengo la menor intención de volver ni creo que él tampoco sienta algo parecido. Ni siquiera me despierta curiosidad un reencuentro sexual. Créase o no, tengo la sensación de que sólo somos dos personas que se quieren bien.
V
Este nuevo escenario me provoca, inevitablemente, gran cantidad de contradicciones internas: por un lado, pienso que si alguien que estuvo conmigo tanto tiempo y me conoció tanto sigue pensando bien de mí, eso no puede ser malo. Por otro, el grado de diplomacia que manejamos casi llega a horrorizarme. Me pregunto: ¿me convertiré en una de esas personas insufribles? ¿o será esta la bendita madurez de la que habla la gente?