domingo, 4 de noviembre de 2007

Desengaño (Y el hastío nos llevó al)


I
La noticia se veía venir. Cuando por fin la dijeron en la radio, la Dra. me llamó o yo la llamé a ella, no importa quién llamó a quién, para darnos el pésame. Estábamos alteradas. Presentíamos que con esto se terminaban también otras cosas. De todos modos, como suele pasar cuando las rupturas son inevitables, preferíamos la sinceridad a la incertidumbre.
II
El día en que las entradas fueron puestas a la venta, nos encontramos en la avenida Santa Fe: ella no era aún la Dra. sino una Estudiante de Medicina, y volvía de la facultad con su flamante guardapolvo blanco. Pagamos treinta y cinco pesos cada una en un musimundo que estaba donde ahora hay un negocio de ropa y donde encontramos a una chica de nuestro pueblo que trabajaba como promotora. Guardé mi entrada en un cajón a la espera de un momento que aún parecía lejano. Aunque sonara increíble, sería mi primera vez.
III
Había estado a punto varias veces: una noche de diciembre en que ellos fueron a hacer su show al pueblo pero con mi familia partíamos de viaje la mañana anterior. Otra vez, durante unas vacaciones en Chile: ellos tocaban en Valparaíso y nosotros parábamos en Reñaca, y a pesar de que con mis hermanos insistimos bastante, no conseguimos que uno de los adultos de la comitiva recorriera los 30 km de distancia de ida y vuelta. Tiempo más tarde, dieron un concierto la misma noche de mi fiesta de egresados.
IV
Llegó el 20 de septiembre. La Dra. y yo fuimos con un amigo de mi hermano al que le advertimos que si nos veía histéricas, si nos veía llorar o gritar o lo que fuese, no debería inmutarse. No lo hizo. Llegamos al estadio muy temprano y esperamos durante horas. El amigo de mi hermano se compró un sándwich de milanesa y cuando la mordió descubrió que estaba hecha sólo de pan rallado. Al lado nuestro había un gordo que, convencido de que jugaba River, consideraba necesario arengar a los demás al grito de: “¡Canten, Puta!”.
Ese fue, además, el día en que se terminó mi adolescencia.
V
No logro recordar dónde estaba hace un par de meses, el día en que volvieron a hacer el anuncio. Impávida, escuché y no pude creer lo que sentía. Como si el amante que te rompió el corazón hubiese regresado para decir todas aquellas cosas que esperaste durante años: la certeza de que debería sentir algo, pero no. Sólo un poco de culpa por no poder sentir nada.
VI
Nadie a mi alrededor tuvo mucho que meditar: todos compraron sus entradas con tarjeta, sacaron del fondo del placard la remera que ahora les quedaba un poco chica, o se compraron una nueva y, aunque el cuerpo no acompañara de la misma manera, fueron otra vez a saltar al campo. No les creí del todo el entusiasmo. A ellos tres tampoco. Pero él, fabricante de eslóganes sin esfuerzo, lo había dicho antes, y lo había dicho mejor: quedan los discos.