jueves, 24 de abril de 2008

Sororidad

I
Hoy descubri una palabra que no conocía, pero que enseguida comprendí. Se usa para explicar el vínculo solidario que tenemos las mujeres entre sí. La sororidad es eso que hace que suframos con la otra. Resume, creo, la mejor parte de tener hermanas. Creo, digo, porque no tengo hermanas y nunca me interesó tener. Yo tengo hermanos. Cuatro. Y amo tener hermanos.

II
Con mis hermanos casi nunca hablo de hombres. Lo de Chico fue una excepción. Yo recién lo conocía, y me sentía abrumada porque todo iba muy rápido y aterrada por la idea de que pasara algo malo. Recurrí a uno de mis hermanos, al que llamaremos el Básico. Mi hermano el Básico es muy básico, como un hombre sin adornos. Simple, seguro, práctico, y contento de ser así. Le terminé contando de casualidad: él había venido a casa a ver un partido que su operador de cable no transmitía. Habíamos pedido empanadas. Ese día yo estaba angustiada, a punto de llorar no sabía bien por qué, y en mi departamento no hay mucho espacio para andar escondiéndose.
Me preguntó qué pasaba y le conté.
Entonces el Básico me dijo:
-¿Cuánto hace que lo conocés?
-Y… tres semanas.
El Básico resopló. Mordió una de carne cortada a cuchillo y me dijo:
-Vos no podés poner todo en una relación de tres semanas, Alicita. Puede ser un loco peligroso. Puede tener tres novias que están de vacaciones hace tres semanas. Vos tranquilizate y viví lo que tengas que vivir. Pero si no funciona, no pasa nada. Sólo son tres semanas.

III
Créase o no, me tranquilizó. Al menos dejé de llorar. Cuando, tiempo más tarde, se enteró la mujer del Básico, mi cuñada, se sorprendió mucho de que yo lo hubiera elegido de consejero. Pero la perspectiva masculina desdramatiza, y eso me ayuda. Pasó el tiempo y me volví a angustiar: entonces yo ya sabía lo que quería y Chico no mostraba ese entusiasmo avasallante del principio. Mis amigas no podían hacer otra cosa que angustiarse conmigo. Esta vez no fui tan radical: hablé con mi hermano el Preparador Físico (PF). PF es cínico, ácido, desconfiado, pero es mucho menos básico, y por primera vez en su vida hoy está enamorado y feliz. Un domingo después del almuerzo famliar, PF me recomendó que hablara con Chico y le dijera lo que quería: “El necesita escucharlo” me dijo “y vos necesitás dejar de hacerte la boluda con lo que sentís”. Le hice caso.

IV
Pero los varones son expeditivos, y muy efectivos en dejar atrás lo que no funciona. Pasaron un par de semanas y ellos ya asumen que tengo que estar bien. Ahora es mi cuñada la que llama para ver cómo estoy y para que vaya un martes cualquiera a cenar a la casa de ella y el Básico. Cuento con ella, como cuento con mis amigas, que aunque estén casadas y con hijos viven lo que me pasa como si fueran solas otra vez. Pero cómo explicarles a mis hermanos que, después de unos días de sentirme relativamente en paz, hoy me despierto extrañando a Chico con un dolor tan intenso como si nos hubiéramos separado esta mañana. Le llego a contar al Básico y me manda una ambulancia o, mejor, un patrullero de la Federal. Es que hay vínculos que son irreemplazables, y hay sentimientos que –por más buena voluntad que ellos pongan - nunca les podremos hacer comprender.

viernes, 18 de abril de 2008

Lección

I
No voy a hacerme la víctima. Odio a las víctimas. A la chica llorosa con el pañuelito estrujado en la mano. Un duelo no puede durar para siempre. De a poco mi vida vuelve a sus cauces. Vuelvo a ser la chica pre-Chico. Lloro menos y siempre a solas, viajo a Mendoza, conozco a mi sobrino, veo a mis primas, soporto sin llorar los comentarios de mi abuela, abrazo a mi abuelo, regreso, en el medio hago chistes, me río de los chistes de los demás. Pero aquí pasó algo. No soy igual. Estoy triste. Una tristeza masiva, casi secreta, que pasa por debajo de todas las cosas y las modifica, las vuelve más opacas, les cambia el color. Y no, no es el humo con el que me recibió Buenos Aires.
II
Mi analista dice que esto es ahora, que ya va a pasar. Como sucede últimamente, me enojo muchísimo con ella. Para escuchar esas cosas me quedo en mi casa – le digo– pienso qué es lo primero que le diría a otra persona en mi situación y lo repito en voz alta. O llamo a cualquier amiga que haya sufrido alguna vez un desengaño amoroso (es decir, llamo a cualquier amiga) para que me lo diga sin tener que moverme de mi sillón y sin gastar un centavo. El tiempo cura todo, dirá también mi amiga. Y yo bien podría responder: ok, ahora contame algo que no sepa.
III
Entonces mi amiga, con la mejor buena voluntad del mundo, me dirá, por ejemplo: “esto te va a enseñar algo”. Es el preciso momento en el que yo me indigno. Me dicen "de esto vas a aprender" y quiero salir con una metralleta a liquidar a todos. Me indigno con ustedes los comentaristas, me indigno con mi mamá, con el colectivero del 59 que me escuchó llorar durante treinta cuadras (durante las cuales tuvo la delicadeza de no levantar a ningún pasajero, díganme si no estuvo bien). No me jodan. No quiero aprender nada. Al primero que dijo que de los fracasos amorosos se aprende, tráiganmelo que le explico cuatro cosas. A aprender se va al colegio. Una no templa su carácter fracasando en el amor como una especie de soldado espartano preparándose para morir en batalla.
IV
No conozco a nadie que a fuerza de que le rompan el corazón una y otra vez haya conseguido la fórmula para hacer de la siguiente su relación perfecta. Más bien conozco a gente que tiende a encadenar relaciones poco exitosas y a otra gente que, sin aparente esfuerzo ni grandes méritos, está siempre-siempre en pareja y una no entiende por qué. Porque tienen bajas expectativas, dirá entonces mi amiga, que a esta altura ya me tendrá un poco de miedo. Pero ahora vos sabés lo que querés, dirá en esta ocasión mi analista, porque parece que a eso se reduce todo. A estar hecha un trapo, pero sabiendo lo que una quiere. Y yo contestaré que sí, mierda, que sé: quiero dejar de hacer limonada porque la vida me dio limones. Quiero dejar de ser la alumna boba de la escuela del amor.

lunes, 7 de abril de 2008

Ridiculez

I
Disponerse a olvidar a quien todavía se quiere es, en el fondo, una operación antinatural. Dejar de ver de un día para otro a la persona que reconocerías por el olor en cualquier parte, a la que abrazaste hasta quedarte dormida, a quien lavaste y peinaste el cabello, a la que le dijiste cosas que ni vos sabías que podías sentir, parece, de pronto, algo completamente ridículo. Lo absurdo de la situación obliga, además, a realizar maniobras ridículas para desterrar al otro de tu corazón, de tu cabeza, de tu vida.
II
En las últimas semanas, dos de mis mejores amigas terminaron una relación de manera más o menos inesperada y muy dolorosa. Verlas y verme me hizo entender que cada persona intenta provocar ese olvido de diferentes maneras. La de Carola, por ejemplo, consistió en invertir mucha energía en enojarse, gritar, romper un huevo de pascua contra la pared y hasta pegarle a su ex una cachetada que sonó merecida. Carola de repente encontró consuelo en una fe reciclada del secundario y en la visita a un cura sanador, de donde volvió con consejos de calma y un bidón lleno, no de lágrimas sino de agua bendita.
III
La Dra., por su parte, desde de que el Extranjero decidiera desperdiciar la generosa segunda oportunidad que ella le dio, combina momentos de angustia con una especie de compasión que le impide darle de baja a la línea del blackberry que todavía está a nombre de ella. Aunque a la fecha no haya logrado tirar a la basura la tarjeta que él le regaló para San Valentín, la Dra. sí tuvo los reflejos para planificar unas inminentes vacaciones en una isla a la que –por cuestiones de política internacional– él no tendrá ocasión de seguirla para rogarle la oportunidad número tres.
IV
En lo que a mí respecta, mis rituales de estos primeros días consisten en borrar los pocos rastros de él en mi vida con detalle de asesino serial. Lo bloqueo de los contactos de facebook, gtalk y messenger. Retiro de mi campo visual cualquier objeto (la tarjeta de un restaurant, una historieta de Liniers) que pueda recordármelo. Elimino sus mensajes de texto, los últimos mails y, de ser necesario, me escribo una nota amenazadora que coloco junto al teléfono para prohibirme llamarlo en un momento de debilidad. No es que así Chico deje de importarme, ni que consiga pensar menos en él. Pero tengo la fantasía de que, si bajo la guardia, no lograré recuperarme jamás. Aunque sepa que todos los días la gente supera historias tan intensas y con finales más tristes y que yo no seré la excepción, resulta que, más que miedo a la muerte, yo siempre tuve el miedo ridículo a morirme de amor.

jueves, 3 de abril de 2008

Liquidez

I
-Quiero ser tu novia. Ni ni la madre de tus hijos, ni tu esposa, ni sólo tu amante, ni la mina que sale con vos dos veces por semana. Por ahora, quiero ser tu novia. Pero no puedo conformarme con menos.
Chico me miró fijo, extrañado, con sus ojos chiquitos. Yo ya sospechaba cuál sería su respuesta, pero igual tenía que decirlo. Una tiene que pedir lo que quiere, por más que pueda olfatear el miedo del otro como el olor que sienten los perros. Era un momento crucial: dos personas que salen hace unos meses y, cuando no pueden eludir más el tema, deben decidir para qué lado quiere ir cada uno. Yo para allá, Chico –lo supe enseguida, esta misma noche cuando lo vi esperándome en la puerta del edificio- quería ir justo para el lado opuesto.
II
Hace unos dos meses, cuando mi amiga Trotamundos se separó del muchacho con el que salía hacía un año, yo le dije, en un intento de consuelo: tenete paciencia, pero sobre todo, llorá todo lo que necesites. Y le conté sobre mi teoría de los bidones. Yo creo en que hay una cantidad determinada de líquido que una necesita llorar por cada historia que termina: bidones que deben ser llenados con lágrimas y cuyo volumen no tiene relación directa con el amor que se haya sentido por el hombre en particular, ni por el tiempo de relación transcurrido. Es como si se pudiera eliminar por las vías lagrimales los restos de ese amor que ya no está y que no sirve para nada. Ya vas a ver cómo se llenan los bidones y un día no lo llorás más y sentís que lo olvidaste, le dije a la Trotamundos, y parece que eso la ayudó. Aunque me confesó que de vez en cuando les agrega un poco de líquido, mi amiga está mucho mejor.
III
Recuerdo que, en ese momento, mientras hablaba con ella, pensé: cuántos bidones tendría que llenar para olvidar a Chico, en el horrible hipotético caso de que Chico se fuera. Un pensamiento que enseguida me arrepentí de haber tenido. Pero resulta que no: lloré tanto durante esta semana, en la que entendí que Chico no me estaba queriendo como yo necesito, que cuando llegué a encontrarme con él para hablar de lo nuestro ya casi no tenía lágrimas. Igual derramé algunas, mientras nos despedíamos, y también lloro ahora, mientras escribo en mi blog después de tanto tiempo. Pero empieza otra etapa de la historia, y necesito que empiece lo antes posible. No tengo derecho a seguir llenando bidones por alguien que no quiso (no pudo) aceptar tan encantadora proposición.