viernes, 20 de junio de 2008

Selección

I
En la primaria nunca me gustaba nadie. Envidiaba en secreto a esa compañera que todas las semanas anunciaba un nuevo enamoramiento y comenzaba a llenar, laboriosa, cuadernos y hojas de carpeta con los nombres de ella y del chico como si la semana anterior no le hubiera hecho saber a todo el mundo que moría de amor por otro.
II
El momento más temido para mí era ese en el que todas las chicas del curso se juntaban en un rincón del aula y empezaban a preguntar, por turno, de quién gustaba cada una. Yo no podía decir que me había encantado Bill Murray en Los Cazafantasmas (mi tía ya se había reído bastante cuando se lo dije al salir del cine) o que estaba enamorada del hijo de un amigo de mis viejos que tenía diecinueve y al que seguía con la persistencia de un cachorro de cocker. No podía. Había que decir que te gustaba uno del grado o uno dos o tres años mayor, pero que, al menos, fuera al mismo colegio. A Bill Murray no lo conocía nadie.
III
Llegaba ese momento y yo tenía decir algo. No podía decir siempre no. Debía elegir a uno. Entonces elegía al que me parecía más serio, más misterioso, o a un tímido: uno al que cuando se enterara (alguien siempre le iba con el chisme) no se le fuera a ocurrir la descabellada idea de querer ponerse de novio conmigo. Porque yo sabía que a los nueve años la gente no puede besarse o tener sexo como en las películas y entonces no entendía qué tenía de distinto un novio a tener un amigo varón. Y varones había en mi casa, siempre había muchos, hermanos y amigos de hermanos, esas cosas molestas que se tiraban en picado desde la cama cucheta y jugaban a arrojarse objetos a toda hora.
IV
Rara vez –pero alguna vez pasó– miraba a mi alrededor en el aula o en el patio de la escuela y encontraba a uno que de verdad me gustaba. Un pibe que nunca era el lindo, ni el gracioso, ni el mejor alumno, ni tenía la mejor cartuchera del curso, pero yo -mi mirada– lo convertía, al menos por un tiempo, en alguien especial. Pasaba poco, pero alguna vez pasó.
V
Desde tercer grado hasta ahora el mundo de las relaciones ha cambiado bastante, pero hoy me sigue pareciendo tan difícil como entonces. Por eso me da cierta impotencia o bronca, o más bien lástima o, mejor, una especie de frustración, cuando al fin me fijo en alguien y ese mismo no gusta de mí. Aunque no sea culpa de nadie. Aunque, por otra parte, si la atracción o el amor son algo tan raro, por qué pensar que justo ese sí. Que justo ese que mirás también te mira y detecta, intuye, sabe, lo maravillosa que podés llegar a ser. Parece demasiada casualidad. Aunque a veces pase.

jueves, 5 de junio de 2008

Separaciones


“Thought I'd cry for you forever
But I couldn't so I didn't
people's children die and they don't even cry forever”

(Rejazz , Regina Spektor)


“Ya no sé lo que pensar
Si tu recuerdo me hace bien o me hace mal”

(Tu recuerdo, Ricky Martin)


I
Quién me entiende. Paso meses despotricando contra mi psicóloga, trabándome con ella en intensos rounds de cincuenta minutos, convencida de que sus intervenciones ya no me sirven de nada, incluso escribiendo del asunto aquí mismo, y ahora que ella anuncia “tenemos que charlar el alta”, pienso que quizás este último tiempo no haya sido tan inútil; que quizás alguna cosa que dijo logró sorprenderme; que quizás, después de todo, todavía la necesito.
II
Después de meses de aburrimiento extremo y falta de motivación, de revisar a diario páginas web de consultoras y clasificados, después de una ronda de entrevistas y pruebas que ni para American Idol, consigo por fin un trabajo nuevo: un trabajo que me presenta desafíos, que me obliga a vestirme bonita todos los días, que me hace estar rodeada de objetos hermosos y relacionarme con gente interesante y artística; un trabajo al que hasta puedo ir y volver caminando. Pero mientras hoy de regreso a casa atravieso plazas, parques y embajadas, se me da por extrañar el otro, el aburrido, triste y escondido trabajo viejo, donde todos me conocían y todavía me quieren y podía ir con mi peor jean si quería y donde nadie se permitía dudar por un instante de mi capacidad o talento.
III
En estos últimos meses, descubrí, más que nunca, que los cambios me incomodan. Que por más que los busque y los persiga, me resulta muy fácil verme tentada por el confort de lo familiar. Que mientras en la práctica podríamos decir que ya me olvidé del Chico (porque no lloro más por él, porque me olvidé de su cumpleaños, porque –sea o no para mí– vuelvo a sentir la emoción de descubrir a un hombre del que quiero saber mucho más) sin embargo algunas veces me encuentro, casi por inercia, extrañando algo que en el fondo no estoy segura de extrañar de verdad.
IV
Cuando la falta de garantías del futuro me asusta, cuando algo –quizás terrible, pero quizás maravilloso– está a punto de suceder, el pasado vuelve. El recuerdo como una frazadita que abriga poco, que queda corta en los pies, pero que todavía es tibia y cómoda. Entonces siento esa especie de culpa por haber cambiado, por querer algo distinto, algo mejor. Pero lo distinto y mejor sólo puede aparecer cuando a lo viejo y conocido se le dijo adiós. Y, precisamente, esa es la parte que hoy más me cuesta.