viernes, 8 de agosto de 2008

Reconstrucción

I
Cuando terminábamos quinto año, a un compañero de curso que no era muy amigo de nadie le encargaron que eligiera un adjetivo para escribir en el anuario del colegio debajo de la foto de cada egresado. En la mía, escribió "aplomada". Me acuerdo de que me horroricé, y que lo primero que hice fue agarrar el diccionario. Lo que temía: un eufemismo para aburrida, para estable, para seria. Aplomada no se levantaba a nadie; loca, desprejuiciada y divertida se los llevaban a todos.
II
El compañero no me conocía mucho pero debía ser buen observador, porque el adjetivo todavía me describe. Lo cierto es que soy una mina equilibrada, no tengo nueve opiniones por día, no paso por quince estados de ánimo por hora, ni siquiera en los momentos hormonales más complejos. No sufro de ataques de llanto ni de raptos de ira injustificada. Gran parte del tiempo, soy una persona casi feliz. Pero el equilibrio también es un trabajo, y suele romperse en una circunstancia.
III
Adivinaron. Cuando aparece un hombre. Uno que me interesa o en quien decido depositar provisoriamente mi fe (frágil y precaria) en los hombres en general, en los finales felices en particular y en la pareja como una posibilidad. No todos los hombres tienen la capacidad de romper ese equilibrio. El Chico, claramente, lo hizo volar en mil pedazos sólo con unas palabras.
IV
Hay otros que no. No lo logró el guapo pero enroscado, al que después de unos besos de calidad regular decidí no rescatar de su fade out, ni hacer caso a un posterior intento de retorno. Tampoco el galán maduro que me llenó de elogios para luego evitarme como a la peste, aunque más tarde se haya presentado ante mi padre e indagado sobre sus preferencias religiosas. Pero aparentemente éste sí: el muchacho que al principio me pareció que no, pero la Trotamundos dijo dale y yo bueno a pesar de la pobreza del discurso en una instancia crucial; a pesar también de que, más tarde, en otro contexto, pronunció solito la palabra "glitter", y yo retiré con una caricia el maquillaje que había dejado en su mejilla en lugar de hacer caso a la voz que en mi mente decía clarito: a éste tus hermanos se lo morfan en un pancho.
V
Me da mucha bronca resignar ese equilibrio. Me enoja porque hay que volver a construirlo, y porque no sé si vuelve a quedar igual. No sé si mi pequeña fe prendida con alfileres volverá a resistir y yo a convencerme de que algún día todo esto va a valer la pena. Que el esfuerzo de creer, escuchar, sonreír, depilarse, asentir, pintarse las uñas, hacer sentadillas, diferenciar un syrah de un merlot, leer a Vattimo, entender a Thelonius, escuchar al Bichi Borghi por televisión, tendrá el resultado que en el fondo deseo. Que por fin aparezca, que me encante, que no ejecute ningún plan de huída, que me permita seguir siendo yo. Y que entonces se arme un equilibrio nuevo.