martes, 2 de septiembre de 2008

Reinado

para JP, que quiere que postee.


I
No sé cómo era antes, pero las chicas de ahora fuimos educadas para creer que podemos hacer exactamente lo que queramos. Nuestras madres, nuestros terapeutas, las publicidades de yogur, los profesores, las revistas femeninas, las animadoras de tevé, nos enseñaron que, si queremos algo, debemos trabajar para lograrlo como abejitas obreras. De hecho, casi se nos exige que hagamos realidad simultáneamente cada uno de esos mandatos.


II
Los tiempos han cambiado. Qué novedad. Si en los ’80 un desodorante podía hacernos creer que un hombre se enamoraba sólo con mirarte y te lo demostraba regalándote flores, ahora ese mismo producto necesita convencerte de que “el amor verdadero existe”, mientras las tentaciones acechan al muchachito que duda entre abrirte la puerta del auto o irse a jugar a la pelota con los amigos.


III
Tan acostumbradas estamos a valernos por nosotras, que en la dinámica de una relación enseguida otorgamos al otro el lugar de zángano. Nos habituamos a que estén agotados, hasta las manos con el laburo, a deban sí-o-sí almorzar con su tía, a que necesiten espacio/tiempo para entrenar con el equipo, o para jugar a la playstation hasta las tres de la mañana. Nos disciplinamos para responder a sus malhumores con buena cara, para minimizar nuestros problemas en el trabajo, para maquillar nuestras rabietas hormonales, mientras guardamos bajo la manga justificaciones para ellos antes de que nos las pidan.


IV
Por eso no tenemos ni idea de qué hacer cuando estas excusas no son necesarias. Cuando, simplemente, el muchacho en cuestión actúa. Cuando llama para saber cómo pasamos el día (no manda mails o sms: llama), cuando manifiesta abiertamente su interés; cuando se preocupa por nuestro bienestar, no sobreactúa su malhumor o su agotamiento laboral. La sacrificada vida de obreras nos hace olvidar que, de vez en cuando, también podemos convertirnos en las abejas reinas del panal.