I
La estabilidad emocional es una cosa muy rara. No sólo rara de poco común. Hablo de rara de rareza. No avisa. No sabés cómo y estás ahí, sumergida, no nadás pero sí flotás un poco, como si estuvieras dentro de una bañadera grande, o en una pelopincho. No sabés cuánto va a durar, pero como la estabilidad te vuelve estable, no te preocupás tanto. Tu vida no cambió de un segundo a otro, cambia paulatinamente y de una manera sutil y agradable. No dejás de comer: esa es una desventaja. El subibaja emocional te quita el hambre, la estabilidad te hace pensar a qué otro lugar bonito vas a salir a comer con tu chico este fin de semana.
II
Pero un día se termina, y empezás a valorar las ventajas de esa estabilidad que –a veces te lo preguntabas– se parecía un poco al conformismo. No sabés exactamente cuándo, pero pasás del está-todo-bien-pero-todavía-no-sé-qué-onda a diosmíoestoyenganchada. Caes en la cuenta una noche, cuando vas a visitarlo a su casa y en un momento notás que desde que llegaste hace una hora están los dos abrazados, completamente vestidos, tirados sobre su cama, mirándose y nada más. Mirándose a los ojos. Te das cuenta de eso y te decís: ok, qué pasó acá.
III
Sucede que a esta altura de tu vida (y se supone que por suerte) a vos ya te miraron así, y después, todas esas veces, siempre-siempre se les pasó. Después, un día, el que te miraba así te dejó de mirar. Y cómo aguantás ahí, abrazada y vestida, sabiendo que la ley de probabilidad indica que lo más probable es que eso que pasó vuelva a pasar. Cómo hacés para hacerte la idiota con la estadística.
La estabilidad emocional es una cosa muy rara. No sólo rara de poco común. Hablo de rara de rareza. No avisa. No sabés cómo y estás ahí, sumergida, no nadás pero sí flotás un poco, como si estuvieras dentro de una bañadera grande, o en una pelopincho. No sabés cuánto va a durar, pero como la estabilidad te vuelve estable, no te preocupás tanto. Tu vida no cambió de un segundo a otro, cambia paulatinamente y de una manera sutil y agradable. No dejás de comer: esa es una desventaja. El subibaja emocional te quita el hambre, la estabilidad te hace pensar a qué otro lugar bonito vas a salir a comer con tu chico este fin de semana.
II
Pero un día se termina, y empezás a valorar las ventajas de esa estabilidad que –a veces te lo preguntabas– se parecía un poco al conformismo. No sabés exactamente cuándo, pero pasás del está-todo-bien-pero-todavía-no-sé-qué-onda a diosmíoestoyenganchada. Caes en la cuenta una noche, cuando vas a visitarlo a su casa y en un momento notás que desde que llegaste hace una hora están los dos abrazados, completamente vestidos, tirados sobre su cama, mirándose y nada más. Mirándose a los ojos. Te das cuenta de eso y te decís: ok, qué pasó acá.
III
Sucede que a esta altura de tu vida (y se supone que por suerte) a vos ya te miraron así, y después, todas esas veces, siempre-siempre se les pasó. Después, un día, el que te miraba así te dejó de mirar. Y cómo aguantás ahí, abrazada y vestida, sabiendo que la ley de probabilidad indica que lo más probable es que eso que pasó vuelva a pasar. Cómo hacés para hacerte la idiota con la estadística.