miércoles, 22 de octubre de 2008

Estadística

I
La estabilidad emocional es una cosa muy rara. No sólo rara de poco común. Hablo de rara de rareza. No avisa. No sabés cómo y estás ahí, sumergida, no nadás pero sí flotás un poco, como si estuvieras dentro de una bañadera grande, o en una pelopincho. No sabés cuánto va a durar, pero como la estabilidad te vuelve estable, no te preocupás tanto. Tu vida no cambió de un segundo a otro, cambia paulatinamente y de una manera sutil y agradable. No dejás de comer: esa es una desventaja. El subibaja emocional te quita el hambre, la estabilidad te hace pensar a qué otro lugar bonito vas a salir a comer con tu chico este fin de semana.
II
Pero un día se termina, y empezás a valorar las ventajas de esa estabilidad que –a veces te lo preguntabas– se parecía un poco al conformismo. No sabés exactamente cuándo, pero pasás del está-todo-bien-pero-todavía-no-sé-qué-onda a diosmíoestoyenganchada. Caes en la cuenta una noche, cuando vas a visitarlo a su casa y en un momento notás que desde que llegaste hace una hora están los dos abrazados, completamente vestidos, tirados sobre su cama, mirándose y nada más. Mirándose a los ojos. Te das cuenta de eso y te decís: ok, qué pasó acá.
III
Sucede que a esta altura de tu vida (y se supone que por suerte) a vos ya te miraron así, y después, todas esas veces, siempre-siempre se les pasó. Después, un día, el que te miraba así te dejó de mirar. Y cómo aguantás ahí, abrazada y vestida, sabiendo que la ley de probabilidad indica que lo más probable es que eso que pasó vuelva a pasar. Cómo hacés para hacerte la idiota con la estadística.