lunes, 8 de diciembre de 2008

Resurrección

I
Después de meses y meses de silencio, cuando ya no lo esperaba, aparece Chico. Recibo el mail mientras estoy en el trabajo. Pienso que se trata de un error, pero el asunto disipa dudas: “El egoísta”, dice. Abro el mail, el texto es largo, lo leo rápido. El corazón se acelera más. C, mi compañera de escritorio, me pregunta qué me pasa. Le muestro sólo la firma del mail (me da vergüenza mostrarle el resto). Ella -que antes de conocernos y trabajar juntas ya leía y comentaba este blog- entiende todo. Chico firma Chico, no con su nombre verdadero. Chico.
II
La oficina, como casi siempre, es un hervidero de gente que va y viene, que conversa, se enoja, se ríe. Qué quiere Chico, me dice C. No sé, le digo, pero voy a llorar. Para protegerme, C, me ordena: andá al baño. Yo obedezco. Me encierro y me miro en el espejo pero no me salen lágrimas. Vuelvo. Me siento en mi escritorio, me concentro en mis tareas y trabajo frenéticamente hasta la hora de salida. Después voy a la clase de gimnasia y hago todos los abdominales que me prescribe el fisioterapeuta. Regreso a casa, me baño, y recién entonces me siento a leer el mail detenidamente.
III
A pesar de que nadie sabe que Chico es Chico, de que mi gente nunca llegó a conocerlo, de que su reputación no está realmente en juego, Chico escribe para decir que la imagen que se da de él en este blog no es justa. Que él no es en verdad egoísta. Que sí lo es con su tiempo, pero no con lo demás. Dice que está cansado de que hable de él aquí. También me pide que recuerde las cosas buenas que vivimos. Por si yo hubiera olvidado, enumera y describe momentos hermosos y privados, encantadores momentos del poco tiempo que pasamos juntos. Dedica un elocuente párrafo a nuestros extraordinarios encuentros sexuales. Para que no olvide lo bueno, dice, como si yo hubiese podido. Mientras releo, ya sola en casa, lloro. Ahora sí, lloro por Chico como si aún quedaran bidones por llenar. No me atrevo a decirme “esta es la última vez que llorás por él”. Ya no me impongo esas cosas. Me seco las lágrimas y me limito a escribirle. Todo lo que sentí por él y todo el dolor que sobrevive a lo que sentí, en una respuesta. Mi mail es la bala de plata de Van Helsing: sé que ahora Chico volverá a mantenerse lejos de mí.