viernes, 30 de enero de 2009

Ocasión

I
“Ni idea, pero es muy buen tipo” Fue lo que le respondí a Etel después de la primera salida con el que ahora vendría a ser mi novio. Era la única conclusión que había podido sacar de esa primera cita. No sabía qué iba a pasar: no estaba segura de que fuéramos a congeniar ni que fuera a gustarme tener sexo con él. El pibe no presentaba ninguna de las características que me habían seducido en el pasado: no era raro, ni parecía angustiado, ni compartía mi pasión por la literatura; no era misterioso, ni artístico, ni quería ser el próximo Michel Gondry (creo que todavía no tiene idea de quién es Michel Gondry). No sabía por qué, pero en ese momento que fuera buen tipo me pareció una cualidad importante. Lo suficiente como para querer salir con él por segunda vez.
II
Lo opuesto de un buen tipo no es un mal tipo. No hay muchos malos tipos, la maldad permanente y deliberada es más bien excepcional. Lo contrario de un buen tipo es un pelotudo. O un pusilánime, si prefieren un término más elaborado. Si la ocasión de revelarse no se presenta, el pelotudo puede pasar por buen tipo por una cantidad indefinida de tiempo. Le alcanza con no hacerle mal a nadie y conservar la cara de póker, pase lo que pase.
III
Pero a veces la ocasión se presenta. Hubiera preferido no tener que llamarlo esa tarde desde la puerta de mi trabajo, para decirle que me acababan de despedir. También hubiera preferido no tener que escuchar un rato antes que, a pesar de mi buen desempeño, así son las reestructuraciones, la economía, el mundo. Despedían a otros, por lo que ni siquiera me permitían ser original. Hubiera preferido no tener que llamarlo a él por eso, pero igual lo llamé.
IV
Y ahí apareció el Novio. Que se permitió estar triste conmigo, pero no me dejó chapotear en mi tristeza. Que compartió su experiencia sin hacer paralelismos poco pertinentes. Que me dio ánimos sin desentenderse de la tapa de los diarios. Novio me escuchó, me llevó a pasear, a comer a un lugar bonito, a ver una película francesa larga y dialogada, buscó avisos para mí, me pasó datos, me hizo cosquillas para hacerme reír. Y entonces me acordé de mi conversación esa noche con Etel, y entendí por qué había aceptado esa segunda cita.

miércoles, 7 de enero de 2009

Atribución

I
Parece que tengo novio. Digo parece porque nadie me preguntó si quería ser su novia, aunque ya nadie pregunta esas cosas. Pero todas las actitudes del muchacho me dan esa pauta. Y si, por ejemplo, hoy a alguien se le diera por preguntarme si tengo novio, mi respuesta sería sí. Igual, a mí la gente no me pregunta eso. Me preguntan de la crisis mundial, de cine, me paran mucho para preguntarme dónde queda tal o cuál calle, pero eso no. Asumirán que estoy soltera todo el tiempo o que no lo estoy, o tendrán miedo de que su interés se interprete de manera equivocada, no sé. Yo tampoco pregunto por qué no me preguntan.
II
Alguno de ustedes ya se habrá enterado de que no me gusta la palabra novia, ni los vestidos de novia, ni los ramos de novia, ni nada relacionado con ese folklore. Pero, aunque todo el tiempo aparecen palabras para definir los estadíos de una relación, no hay un sinónimo de novio/a. Hace siglos que la gente no "se declara", por lo que la relación va mutando sobre la marcha y en un momento te das cuenta de que cambió. El tema es cómo advertir si la persona con la que estás saliendo, a la que te unen ciertos sentimientos, pasó a ser tu novio/a y no una simpatía, un pretendiente, un amante, un amigovio, un chongo, un sex buddy o un toco y me voy.
III
Cada uno tendrá su manera de darse cuenta. En mi caso, yo sé que no dejo que la gente me rete. Si me retan me enojo; diría mi amigo Pablo que me pongo torera. Siempre me porté bien así que de chica me retaban poco, y me malacostumbré. Ahora, de grande, hay muy pocas personas en el mundo que tienen la potestad para retarme. Mis padres ya no: sí mis amigas E y la Dra, mi analista cuando tenía, y creo que nadie más.
IV
Pero ayer o antes de ayer me surgió un obstáculo, una contrariedad, un problema, y me abataté. Mi primer impulso fue tomar responsabilidad por lo que había pasado, aunque estaba lejos de ser asunto mío. Entonces le conté al muchacho, que me mostró que esa no era la actitud para enfrentar la situación. En lugar de entorerarme, escuché atentamente y asentí. El reto me despabiló: salí dando saltitos con los puños en el aire y tarareando The eye of the tiger, dispuesta a enfrentar lo que se me pusiera delante. Más tarde, cuando reconstruí la escena y entendí, lo llamé para agradecerle por haberme retado, pero le aclaré que esto no iba a ser siempre así. Por esta vez pasaba, le dije, pero no iba a permitir que él tuviera siempre la razón.