I
“Ni idea, pero es muy buen tipo” Fue lo que le respondí a Etel después de la primera salida con el que ahora vendría a ser mi novio. Era la única conclusión que había podido sacar de esa primera cita. No sabía qué iba a pasar: no estaba segura de que fuéramos a congeniar ni que fuera a gustarme tener sexo con él. El pibe no presentaba ninguna de las características que me habían seducido en el pasado: no era raro, ni parecía angustiado, ni compartía mi pasión por la literatura; no era misterioso, ni artístico, ni quería ser el próximo Michel Gondry (creo que todavía no tiene idea de quién es Michel Gondry). No sabía por qué, pero en ese momento que fuera buen tipo me pareció una cualidad importante. Lo suficiente como para querer salir con él por segunda vez.
II
Lo opuesto de un buen tipo no es un mal tipo. No hay muchos malos tipos, la maldad permanente y deliberada es más bien excepcional. Lo contrario de un buen tipo es un pelotudo. O un pusilánime, si prefieren un término más elaborado. Si la ocasión de revelarse no se presenta, el pelotudo puede pasar por buen tipo por una cantidad indefinida de tiempo. Le alcanza con no hacerle mal a nadie y conservar la cara de póker, pase lo que pase.
III
Pero a veces la ocasión se presenta. Hubiera preferido no tener que llamarlo esa tarde desde la puerta de mi trabajo, para decirle que me acababan de despedir. También hubiera preferido no tener que escuchar un rato antes que, a pesar de mi buen desempeño, así son las reestructuraciones, la economía, el mundo. Despedían a otros, por lo que ni siquiera me permitían ser original. Hubiera preferido no tener que llamarlo a él por eso, pero igual lo llamé.
IV
Y ahí apareció el Novio. Que se permitió estar triste conmigo, pero no me dejó chapotear en mi tristeza. Que compartió su experiencia sin hacer paralelismos poco pertinentes. Que me dio ánimos sin desentenderse de la tapa de los diarios. Novio me escuchó, me llevó a pasear, a comer a un lugar bonito, a ver una película francesa larga y dialogada, buscó avisos para mí, me pasó datos, me hizo cosquillas para hacerme reír. Y entonces me acordé de mi conversación esa noche con Etel, y entendí por qué había aceptado esa segunda cita.
“Ni idea, pero es muy buen tipo” Fue lo que le respondí a Etel después de la primera salida con el que ahora vendría a ser mi novio. Era la única conclusión que había podido sacar de esa primera cita. No sabía qué iba a pasar: no estaba segura de que fuéramos a congeniar ni que fuera a gustarme tener sexo con él. El pibe no presentaba ninguna de las características que me habían seducido en el pasado: no era raro, ni parecía angustiado, ni compartía mi pasión por la literatura; no era misterioso, ni artístico, ni quería ser el próximo Michel Gondry (creo que todavía no tiene idea de quién es Michel Gondry). No sabía por qué, pero en ese momento que fuera buen tipo me pareció una cualidad importante. Lo suficiente como para querer salir con él por segunda vez.
II
Lo opuesto de un buen tipo no es un mal tipo. No hay muchos malos tipos, la maldad permanente y deliberada es más bien excepcional. Lo contrario de un buen tipo es un pelotudo. O un pusilánime, si prefieren un término más elaborado. Si la ocasión de revelarse no se presenta, el pelotudo puede pasar por buen tipo por una cantidad indefinida de tiempo. Le alcanza con no hacerle mal a nadie y conservar la cara de póker, pase lo que pase.
III
Pero a veces la ocasión se presenta. Hubiera preferido no tener que llamarlo esa tarde desde la puerta de mi trabajo, para decirle que me acababan de despedir. También hubiera preferido no tener que escuchar un rato antes que, a pesar de mi buen desempeño, así son las reestructuraciones, la economía, el mundo. Despedían a otros, por lo que ni siquiera me permitían ser original. Hubiera preferido no tener que llamarlo a él por eso, pero igual lo llamé.
IV
Y ahí apareció el Novio. Que se permitió estar triste conmigo, pero no me dejó chapotear en mi tristeza. Que compartió su experiencia sin hacer paralelismos poco pertinentes. Que me dio ánimos sin desentenderse de la tapa de los diarios. Novio me escuchó, me llevó a pasear, a comer a un lugar bonito, a ver una película francesa larga y dialogada, buscó avisos para mí, me pasó datos, me hizo cosquillas para hacerme reír. Y entonces me acordé de mi conversación esa noche con Etel, y entendí por qué había aceptado esa segunda cita.