
I
El Tío y yo no somos parientes. De hecho, él todavía no tiene sobrinos propios. De hecho, ni siquiera el apodo le pertenece del todo: el Tío es el marido de la Tía, y a ella le decimos así desde antes de que se conocieran. Como ya conté alguna vez, el Tío encabeza la lista de los maridos/novios favoritos de todas mis amigas. Aunque a veces lo parezca, está lejos de ser un santo. Pero hay algo más: el Tío tiene poderes.
II
El Tío y yo no somos parientes. De hecho, él todavía no tiene sobrinos propios. De hecho, ni siquiera el apodo le pertenece del todo: el Tío es el marido de la Tía, y a ella le decimos así desde antes de que se conocieran. Como ya conté alguna vez, el Tío encabeza la lista de los maridos/novios favoritos de todas mis amigas. Aunque a veces lo parezca, está lejos de ser un santo. Pero hay algo más: el Tío tiene poderes.
II
A lo largo del tiempo, ha demostrado tener una capacidad casi sobrenatural para analizar parejas. Con sólo verlas y conversar un rato, el Tío detecta en qué etapa de la relación están, cuánto tiempo permanecerán juntos y cuál será la causa de la separación. ¿Suena aterrador? Lo es.
III
Todo se ve agravado por su incapacidad de edulcorar o disfrazar lo que piensa. Con amigos, compañeros de trabajo, amigas íntimas de su mujer, o incluso con desconocidos, el Tío funciona más o menos de la misma manera. Si le preguntan, él, con su eterna sonrisa de chico bueno, responde. Y la respuesta no siempre es la que una querría escuchar.
IV
Por ejemplo: tiempo atrás, después de unos meses de relación, la Doctora consideró que ya era tiempo de que los Tíos conocieran a su chico, un muchacho de origen norteamericano que vivía desde hacía más de un año en Buenos Aires, y según decía, había venido para quedarse. El encuentro fue un éxito: al día siguiente, la Tía llamó para avisar que el Tío ya había dado su bendición.
V
Pero la Dra. no pudo resistirse y, esa misma semana, vía chat, le preguntó directamente al Tío qué pensaba del candidato: desde la oficina del centro porteño donde ejerce tareas que nada tienen que ver con la adivinación, el Tío escribió la siguiente frase “vas a tener que hacer que se enamore de Argentina tanto como lo está de vos”. En cuanto supo lo que le había dicho a su amiga, la Tía se indignó con su marido y su honestidad brutal. La Dra., en cambio, en ese momento sólo se alegró, porque los sentimientos de su chico eran tan evidentes a los ojos de los demás como lo eran para ella.
VI
No hace falta que diga cómo terminó la historia: tres meses más tarde, sin una sola palabra o actitud que lo presagiara, el yanqui –de pronto frío y desconocido– le anunció a la Dra. que a fin de año se volvía definitivamente a su país, y sus planes futuros no la incluían.
VII
El sábado pasado, en el cumpleaños de la Tía, algún amigo del Tío me preguntó, medio en broma medio en serio, cuándo iba a aparecer con un muchacho. Mi respuesta fue: nunca. Tengo más miedo de llevar a una potencial pareja a esa casa, que de llevarlo a comer con mi familia, que incluye a un padre y cuatro hermanos de un porte considerable. O, quizás, debería hacer todo lo contrario: dejar que el Tío haga su diagnóstico de entrada, y al menos saber que si se acerca el final no me tomará desprevenida.
III
Todo se ve agravado por su incapacidad de edulcorar o disfrazar lo que piensa. Con amigos, compañeros de trabajo, amigas íntimas de su mujer, o incluso con desconocidos, el Tío funciona más o menos de la misma manera. Si le preguntan, él, con su eterna sonrisa de chico bueno, responde. Y la respuesta no siempre es la que una querría escuchar.
IV
Por ejemplo: tiempo atrás, después de unos meses de relación, la Doctora consideró que ya era tiempo de que los Tíos conocieran a su chico, un muchacho de origen norteamericano que vivía desde hacía más de un año en Buenos Aires, y según decía, había venido para quedarse. El encuentro fue un éxito: al día siguiente, la Tía llamó para avisar que el Tío ya había dado su bendición.
V
Pero la Dra. no pudo resistirse y, esa misma semana, vía chat, le preguntó directamente al Tío qué pensaba del candidato: desde la oficina del centro porteño donde ejerce tareas que nada tienen que ver con la adivinación, el Tío escribió la siguiente frase “vas a tener que hacer que se enamore de Argentina tanto como lo está de vos”. En cuanto supo lo que le había dicho a su amiga, la Tía se indignó con su marido y su honestidad brutal. La Dra., en cambio, en ese momento sólo se alegró, porque los sentimientos de su chico eran tan evidentes a los ojos de los demás como lo eran para ella.
VI
No hace falta que diga cómo terminó la historia: tres meses más tarde, sin una sola palabra o actitud que lo presagiara, el yanqui –de pronto frío y desconocido– le anunció a la Dra. que a fin de año se volvía definitivamente a su país, y sus planes futuros no la incluían.
VII
El sábado pasado, en el cumpleaños de la Tía, algún amigo del Tío me preguntó, medio en broma medio en serio, cuándo iba a aparecer con un muchacho. Mi respuesta fue: nunca. Tengo más miedo de llevar a una potencial pareja a esa casa, que de llevarlo a comer con mi familia, que incluye a un padre y cuatro hermanos de un porte considerable. O, quizás, debería hacer todo lo contrario: dejar que el Tío haga su diagnóstico de entrada, y al menos saber que si se acerca el final no me tomará desprevenida.