lunes, 8 de diciembre de 2008

Resurrección

I
Después de meses y meses de silencio, cuando ya no lo esperaba, aparece Chico. Recibo el mail mientras estoy en el trabajo. Pienso que se trata de un error, pero el asunto disipa dudas: “El egoísta”, dice. Abro el mail, el texto es largo, lo leo rápido. El corazón se acelera más. C, mi compañera de escritorio, me pregunta qué me pasa. Le muestro sólo la firma del mail (me da vergüenza mostrarle el resto). Ella -que antes de conocernos y trabajar juntas ya leía y comentaba este blog- entiende todo. Chico firma Chico, no con su nombre verdadero. Chico.
II
La oficina, como casi siempre, es un hervidero de gente que va y viene, que conversa, se enoja, se ríe. Qué quiere Chico, me dice C. No sé, le digo, pero voy a llorar. Para protegerme, C, me ordena: andá al baño. Yo obedezco. Me encierro y me miro en el espejo pero no me salen lágrimas. Vuelvo. Me siento en mi escritorio, me concentro en mis tareas y trabajo frenéticamente hasta la hora de salida. Después voy a la clase de gimnasia y hago todos los abdominales que me prescribe el fisioterapeuta. Regreso a casa, me baño, y recién entonces me siento a leer el mail detenidamente.
III
A pesar de que nadie sabe que Chico es Chico, de que mi gente nunca llegó a conocerlo, de que su reputación no está realmente en juego, Chico escribe para decir que la imagen que se da de él en este blog no es justa. Que él no es en verdad egoísta. Que sí lo es con su tiempo, pero no con lo demás. Dice que está cansado de que hable de él aquí. También me pide que recuerde las cosas buenas que vivimos. Por si yo hubiera olvidado, enumera y describe momentos hermosos y privados, encantadores momentos del poco tiempo que pasamos juntos. Dedica un elocuente párrafo a nuestros extraordinarios encuentros sexuales. Para que no olvide lo bueno, dice, como si yo hubiese podido. Mientras releo, ya sola en casa, lloro. Ahora sí, lloro por Chico como si aún quedaran bidones por llenar. No me atrevo a decirme “esta es la última vez que llorás por él”. Ya no me impongo esas cosas. Me seco las lágrimas y me limito a escribirle. Todo lo que sentí por él y todo el dolor que sobrevive a lo que sentí, en una respuesta. Mi mail es la bala de plata de Van Helsing: sé que ahora Chico volverá a mantenerse lejos de mí.

martes, 18 de noviembre de 2008

Comparación

I
En un momento, cuando estaba con Chico se me había dado por pensar qué hijo de puta había sido el Ex. De ser alguien a quien hasta entonces yo no odiaba, que más bien me era indiferente, ahora el Ex se convertía en un ser detestable. A través de la lente de mi nueva historia, la indiferencia que antes me suscitaba el Ex se transformaba en odio. Odio por lo haragán que había sido. Odio por todo lo que me había escatimado. Odio hacía mí misma por haberme quedado ahí –ahora lo entendía– mucho más tiempo del necesario.
II
De la misma manera, por estos días recuerdo que, cuando se acercaba el final, el Chico, en lo que ahora veo como un claro intento por espantarme, me confesó un día: “yo soy un egoísta. Egoísta con mi tiempo, egoísta con mis cosas, egoísta con todo”. Entonces yo no entendí. Entendí el significado de lo que decía -estaba obnubilada por ese hombre pero al menos alcanzaba a decodificar sus frases- pero no comprendí hasta ahora, que estoy diríamos metida en otra cosa, el sentido detrás de esas palabras. Chico no me estaba diciendo “soy un egoísta con todos menos con vos”, como entonces yo había querido pensar, sino que me decía: “a vos no quiero darte nada”.
III
Recién ahora entiendo lo que escuché en ese momento. Ahora, que estoy involucrada con alguien que no mide su tiempo, ni sus ganas, ni su dinero, ni sus demostraciones de afecto, aunque sí, por el momento, mide sus palabras. Porque sabe que no me creo mucho las declaraciones grandilocuentes. Porque el cinismo se me nota en la cara. O porque él es así. Y por ahora, esto es todo lo que sé de esta relación. De la que, por supuesto, me encantaría no tener que entender nada más.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Estadística

I
La estabilidad emocional es una cosa muy rara. No sólo rara de poco común. Hablo de rara de rareza. No avisa. No sabés cómo y estás ahí, sumergida, no nadás pero sí flotás un poco, como si estuvieras dentro de una bañadera grande, o en una pelopincho. No sabés cuánto va a durar, pero como la estabilidad te vuelve estable, no te preocupás tanto. Tu vida no cambió de un segundo a otro, cambia paulatinamente y de una manera sutil y agradable. No dejás de comer: esa es una desventaja. El subibaja emocional te quita el hambre, la estabilidad te hace pensar a qué otro lugar bonito vas a salir a comer con tu chico este fin de semana.
II
Pero un día se termina, y empezás a valorar las ventajas de esa estabilidad que –a veces te lo preguntabas– se parecía un poco al conformismo. No sabés exactamente cuándo, pero pasás del está-todo-bien-pero-todavía-no-sé-qué-onda a diosmíoestoyenganchada. Caes en la cuenta una noche, cuando vas a visitarlo a su casa y en un momento notás que desde que llegaste hace una hora están los dos abrazados, completamente vestidos, tirados sobre su cama, mirándose y nada más. Mirándose a los ojos. Te das cuenta de eso y te decís: ok, qué pasó acá.
III
Sucede que a esta altura de tu vida (y se supone que por suerte) a vos ya te miraron así, y después, todas esas veces, siempre-siempre se les pasó. Después, un día, el que te miraba así te dejó de mirar. Y cómo aguantás ahí, abrazada y vestida, sabiendo que la ley de probabilidad indica que lo más probable es que eso que pasó vuelva a pasar. Cómo hacés para hacerte la idiota con la estadística.

martes, 2 de septiembre de 2008

Reinado

para JP, que quiere que postee.


I
No sé cómo era antes, pero las chicas de ahora fuimos educadas para creer que podemos hacer exactamente lo que queramos. Nuestras madres, nuestros terapeutas, las publicidades de yogur, los profesores, las revistas femeninas, las animadoras de tevé, nos enseñaron que, si queremos algo, debemos trabajar para lograrlo como abejitas obreras. De hecho, casi se nos exige que hagamos realidad simultáneamente cada uno de esos mandatos.


II
Los tiempos han cambiado. Qué novedad. Si en los ’80 un desodorante podía hacernos creer que un hombre se enamoraba sólo con mirarte y te lo demostraba regalándote flores, ahora ese mismo producto necesita convencerte de que “el amor verdadero existe”, mientras las tentaciones acechan al muchachito que duda entre abrirte la puerta del auto o irse a jugar a la pelota con los amigos.


III
Tan acostumbradas estamos a valernos por nosotras, que en la dinámica de una relación enseguida otorgamos al otro el lugar de zángano. Nos habituamos a que estén agotados, hasta las manos con el laburo, a deban sí-o-sí almorzar con su tía, a que necesiten espacio/tiempo para entrenar con el equipo, o para jugar a la playstation hasta las tres de la mañana. Nos disciplinamos para responder a sus malhumores con buena cara, para minimizar nuestros problemas en el trabajo, para maquillar nuestras rabietas hormonales, mientras guardamos bajo la manga justificaciones para ellos antes de que nos las pidan.


IV
Por eso no tenemos ni idea de qué hacer cuando estas excusas no son necesarias. Cuando, simplemente, el muchacho en cuestión actúa. Cuando llama para saber cómo pasamos el día (no manda mails o sms: llama), cuando manifiesta abiertamente su interés; cuando se preocupa por nuestro bienestar, no sobreactúa su malhumor o su agotamiento laboral. La sacrificada vida de obreras nos hace olvidar que, de vez en cuando, también podemos convertirnos en las abejas reinas del panal.

viernes, 8 de agosto de 2008

Reconstrucción

I
Cuando terminábamos quinto año, a un compañero de curso que no era muy amigo de nadie le encargaron que eligiera un adjetivo para escribir en el anuario del colegio debajo de la foto de cada egresado. En la mía, escribió "aplomada". Me acuerdo de que me horroricé, y que lo primero que hice fue agarrar el diccionario. Lo que temía: un eufemismo para aburrida, para estable, para seria. Aplomada no se levantaba a nadie; loca, desprejuiciada y divertida se los llevaban a todos.
II
El compañero no me conocía mucho pero debía ser buen observador, porque el adjetivo todavía me describe. Lo cierto es que soy una mina equilibrada, no tengo nueve opiniones por día, no paso por quince estados de ánimo por hora, ni siquiera en los momentos hormonales más complejos. No sufro de ataques de llanto ni de raptos de ira injustificada. Gran parte del tiempo, soy una persona casi feliz. Pero el equilibrio también es un trabajo, y suele romperse en una circunstancia.
III
Adivinaron. Cuando aparece un hombre. Uno que me interesa o en quien decido depositar provisoriamente mi fe (frágil y precaria) en los hombres en general, en los finales felices en particular y en la pareja como una posibilidad. No todos los hombres tienen la capacidad de romper ese equilibrio. El Chico, claramente, lo hizo volar en mil pedazos sólo con unas palabras.
IV
Hay otros que no. No lo logró el guapo pero enroscado, al que después de unos besos de calidad regular decidí no rescatar de su fade out, ni hacer caso a un posterior intento de retorno. Tampoco el galán maduro que me llenó de elogios para luego evitarme como a la peste, aunque más tarde se haya presentado ante mi padre e indagado sobre sus preferencias religiosas. Pero aparentemente éste sí: el muchacho que al principio me pareció que no, pero la Trotamundos dijo dale y yo bueno a pesar de la pobreza del discurso en una instancia crucial; a pesar también de que, más tarde, en otro contexto, pronunció solito la palabra "glitter", y yo retiré con una caricia el maquillaje que había dejado en su mejilla en lugar de hacer caso a la voz que en mi mente decía clarito: a éste tus hermanos se lo morfan en un pancho.
V
Me da mucha bronca resignar ese equilibrio. Me enoja porque hay que volver a construirlo, y porque no sé si vuelve a quedar igual. No sé si mi pequeña fe prendida con alfileres volverá a resistir y yo a convencerme de que algún día todo esto va a valer la pena. Que el esfuerzo de creer, escuchar, sonreír, depilarse, asentir, pintarse las uñas, hacer sentadillas, diferenciar un syrah de un merlot, leer a Vattimo, entender a Thelonius, escuchar al Bichi Borghi por televisión, tendrá el resultado que en el fondo deseo. Que por fin aparezca, que me encante, que no ejecute ningún plan de huída, que me permita seguir siendo yo. Y que entonces se arme un equilibrio nuevo.

domingo, 27 de julio de 2008

Aprobación

I
Cuando me dicen un piropo en la calle, un piropo guarango o uno tierno, me agarra un ataque de risa. Por lo ridículo de la situación, por el ingenio del piropo en sí, o porque me da vergüenza. Hago todo el esfuerzo por disimular pero, a la media cuadra, de tanto contenerla, me sube desde el estómago una carcajada. Tampoco sé recibir piropos o elogios en otras circunstancias. Antes me molestaban, ahora al menos los agradezco, aunque nunca termino de creerlos. Ni hablar de las cosas que se escuchan en una etapa de conquista. Siempre me escudé en el cinismo para relativizar el contenido de lo dicho en esa situación.
II
Así que ahora debería estar contenta. Este hombre no me dice nada. Las señales convencionales indican que le gusto. Me besa con dedicación contra la pared blanca de su casa blanca. Pero ni una palabra sobre la belleza de mis ojos, ni sobre la suavidad de mi pelo, ni sobre mi culo, ni sobre mi escote, ni sobre la piel de mi cuello que ahora roza con delicadeza; nada sobre mi ingenio, mi inteligencia o mi sentido del humor. Me besa apasionada y cuidadosamente, me acaricia el pelo, los brazos, la cintura, sonríe, cada tanto me pregunta si estoy bien.
III
Y estoy bien. Es un encanto, pero es mudo. No es mudo todo el tiempo. Desde el día en que nos conocimos hasta ahora llevamos bebidas unas ocho cervezas de 330 cc., una botella de agua sin gas y una con gas, dos botellas de vino tinto conservado en vasijas de roble -uno americano, el otro francés- y en ese tiempo nunca se nos agotaron los temas de conversación. Por fin estamos en su casa, a metros de su cuarto, y yo estoy inquieta. Necesito que me diga algo. Pero él no lo sabe. Lleva a cabo los rituales de cortejo en total ignorancia de toda una tradición oral de piropeadores anónimos. Actúa como si detrás suyo no hubiesen existido Shakespeare, Dolina, Héctor Larrea, Hitch, el Rey David o Cyrano de Bergerac.
IV
Muero de ganas de preguntarle por qué. Pero no puedo ser tan trivial, tan insegura. Qué le digo. -Me gusta que no me chamuyes, que no tengas un speech preparado, miento por fin con descaro. El me mira divertido, sonríe con los ojos de un chico que acaba de hacer un descubrimiento.
-Y qué tendría que decir. Dale, contame.
Nada, digo yo, cada vez más confundida, y bajo la mirada. Está bien que seas así.
Otra vez sonríe, me acaricia el pelo, me vuelve a besar. Me siento la idiota más grande del mundo. Entonces se aparta, me mira a los ojos y dice:
-Qué sexy que sos, hija de puta.
Y créase o no, no necesita decir nada más.

viernes, 20 de junio de 2008

Selección

I
En la primaria nunca me gustaba nadie. Envidiaba en secreto a esa compañera que todas las semanas anunciaba un nuevo enamoramiento y comenzaba a llenar, laboriosa, cuadernos y hojas de carpeta con los nombres de ella y del chico como si la semana anterior no le hubiera hecho saber a todo el mundo que moría de amor por otro.
II
El momento más temido para mí era ese en el que todas las chicas del curso se juntaban en un rincón del aula y empezaban a preguntar, por turno, de quién gustaba cada una. Yo no podía decir que me había encantado Bill Murray en Los Cazafantasmas (mi tía ya se había reído bastante cuando se lo dije al salir del cine) o que estaba enamorada del hijo de un amigo de mis viejos que tenía diecinueve y al que seguía con la persistencia de un cachorro de cocker. No podía. Había que decir que te gustaba uno del grado o uno dos o tres años mayor, pero que, al menos, fuera al mismo colegio. A Bill Murray no lo conocía nadie.
III
Llegaba ese momento y yo tenía decir algo. No podía decir siempre no. Debía elegir a uno. Entonces elegía al que me parecía más serio, más misterioso, o a un tímido: uno al que cuando se enterara (alguien siempre le iba con el chisme) no se le fuera a ocurrir la descabellada idea de querer ponerse de novio conmigo. Porque yo sabía que a los nueve años la gente no puede besarse o tener sexo como en las películas y entonces no entendía qué tenía de distinto un novio a tener un amigo varón. Y varones había en mi casa, siempre había muchos, hermanos y amigos de hermanos, esas cosas molestas que se tiraban en picado desde la cama cucheta y jugaban a arrojarse objetos a toda hora.
IV
Rara vez –pero alguna vez pasó– miraba a mi alrededor en el aula o en el patio de la escuela y encontraba a uno que de verdad me gustaba. Un pibe que nunca era el lindo, ni el gracioso, ni el mejor alumno, ni tenía la mejor cartuchera del curso, pero yo -mi mirada– lo convertía, al menos por un tiempo, en alguien especial. Pasaba poco, pero alguna vez pasó.
V
Desde tercer grado hasta ahora el mundo de las relaciones ha cambiado bastante, pero hoy me sigue pareciendo tan difícil como entonces. Por eso me da cierta impotencia o bronca, o más bien lástima o, mejor, una especie de frustración, cuando al fin me fijo en alguien y ese mismo no gusta de mí. Aunque no sea culpa de nadie. Aunque, por otra parte, si la atracción o el amor son algo tan raro, por qué pensar que justo ese sí. Que justo ese que mirás también te mira y detecta, intuye, sabe, lo maravillosa que podés llegar a ser. Parece demasiada casualidad. Aunque a veces pase.

jueves, 5 de junio de 2008

Separaciones


“Thought I'd cry for you forever
But I couldn't so I didn't
people's children die and they don't even cry forever”

(Rejazz , Regina Spektor)


“Ya no sé lo que pensar
Si tu recuerdo me hace bien o me hace mal”

(Tu recuerdo, Ricky Martin)


I
Quién me entiende. Paso meses despotricando contra mi psicóloga, trabándome con ella en intensos rounds de cincuenta minutos, convencida de que sus intervenciones ya no me sirven de nada, incluso escribiendo del asunto aquí mismo, y ahora que ella anuncia “tenemos que charlar el alta”, pienso que quizás este último tiempo no haya sido tan inútil; que quizás alguna cosa que dijo logró sorprenderme; que quizás, después de todo, todavía la necesito.
II
Después de meses de aburrimiento extremo y falta de motivación, de revisar a diario páginas web de consultoras y clasificados, después de una ronda de entrevistas y pruebas que ni para American Idol, consigo por fin un trabajo nuevo: un trabajo que me presenta desafíos, que me obliga a vestirme bonita todos los días, que me hace estar rodeada de objetos hermosos y relacionarme con gente interesante y artística; un trabajo al que hasta puedo ir y volver caminando. Pero mientras hoy de regreso a casa atravieso plazas, parques y embajadas, se me da por extrañar el otro, el aburrido, triste y escondido trabajo viejo, donde todos me conocían y todavía me quieren y podía ir con mi peor jean si quería y donde nadie se permitía dudar por un instante de mi capacidad o talento.
III
En estos últimos meses, descubrí, más que nunca, que los cambios me incomodan. Que por más que los busque y los persiga, me resulta muy fácil verme tentada por el confort de lo familiar. Que mientras en la práctica podríamos decir que ya me olvidé del Chico (porque no lloro más por él, porque me olvidé de su cumpleaños, porque –sea o no para mí– vuelvo a sentir la emoción de descubrir a un hombre del que quiero saber mucho más) sin embargo algunas veces me encuentro, casi por inercia, extrañando algo que en el fondo no estoy segura de extrañar de verdad.
IV
Cuando la falta de garantías del futuro me asusta, cuando algo –quizás terrible, pero quizás maravilloso– está a punto de suceder, el pasado vuelve. El recuerdo como una frazadita que abriga poco, que queda corta en los pies, pero que todavía es tibia y cómoda. Entonces siento esa especie de culpa por haber cambiado, por querer algo distinto, algo mejor. Pero lo distinto y mejor sólo puede aparecer cuando a lo viejo y conocido se le dijo adiós. Y, precisamente, esa es la parte que hoy más me cuesta.

sábado, 10 de mayo de 2008

Pregunta

I
Sucedió a la vieja usanza, ahora que casi todo empieza con conexiones virtuales. El entró al lugar, pasó por mi mesa para reunirse con sus amigos y me miró. Yo lo miré y él sostuvo la mirada. Mi amiga, que estaba sentada enfrente, dijo guau qué flechazo. A la vieja usanza, más tarde él se acercó a hablarme, me preguntó el nombre, conversamos, me pidió el teléfono, yo se lo negué pero le di mi mail. Al día siguiente me agregó al msn y enseguida me invitó a salir.
II
Salgo. Cuando por fin nos encontramos en la esquina que habíamos quedado, lo vuelvo a mirar y me digo qué bien. Es como elegir un paquete por el envoltorio, sin otro compromiso que decidir lo que te resulta más agradable a los ojos. Es todo lo contrario a lo otro, eso de ver a alguien y no saber si físicamente te va pero ya no podés decidir nada, porque cuando querés acordar te arrastra el arrebato del amor.
III
Vamos a tomar algo con el chico, que es lindo pero también interesante: tiene una mirada seductora, no me gusta esa palabra pero no hay otra para definirla. Mientras volvemos del bar y nos detenemos en una esquina a esperar que cambie el semáforo, vuelve a mirarme y anticipo el beso. Me besa en la esquina del Congreso de la Nación. Me toma la cara con las manos. Vienen otros besos más. Nos sonreímos, la tensión de un minuto atrás se afloja, me abraza y caminamos abrazados por Callao. Yo le cuento lo que cuento siempre: que, desde que me vine a vivir acá, ésta es mi avenida favorita de Buenos Aires. Me acompaña a tomar un taxi y yo vuelvo a mi casa sintiéndome una niñita juiciosa que hizo bien la tarea.
IV
Hoy me despierto de buen humor, me pongo a ordenar mi casa y pongo el disco de Flopa Manza Minimal para cantar mientras limpio. Pienso en el chico lindo e interesante. Entonces, mientras refriego con papel de diario y mistermúsculo el espejo del baño, siento que algo, algo que no sé qué es pero podríamos decir es el recuerdo, me pega una trompada entre las cejas. Cerca del piso, medio noqueada, pienso por qué por qué por qué. Explicame por qué hijo de puta tengo que estar ocupándome en darle besos a otro.

jueves, 24 de abril de 2008

Sororidad

I
Hoy descubri una palabra que no conocía, pero que enseguida comprendí. Se usa para explicar el vínculo solidario que tenemos las mujeres entre sí. La sororidad es eso que hace que suframos con la otra. Resume, creo, la mejor parte de tener hermanas. Creo, digo, porque no tengo hermanas y nunca me interesó tener. Yo tengo hermanos. Cuatro. Y amo tener hermanos.

II
Con mis hermanos casi nunca hablo de hombres. Lo de Chico fue una excepción. Yo recién lo conocía, y me sentía abrumada porque todo iba muy rápido y aterrada por la idea de que pasara algo malo. Recurrí a uno de mis hermanos, al que llamaremos el Básico. Mi hermano el Básico es muy básico, como un hombre sin adornos. Simple, seguro, práctico, y contento de ser así. Le terminé contando de casualidad: él había venido a casa a ver un partido que su operador de cable no transmitía. Habíamos pedido empanadas. Ese día yo estaba angustiada, a punto de llorar no sabía bien por qué, y en mi departamento no hay mucho espacio para andar escondiéndose.
Me preguntó qué pasaba y le conté.
Entonces el Básico me dijo:
-¿Cuánto hace que lo conocés?
-Y… tres semanas.
El Básico resopló. Mordió una de carne cortada a cuchillo y me dijo:
-Vos no podés poner todo en una relación de tres semanas, Alicita. Puede ser un loco peligroso. Puede tener tres novias que están de vacaciones hace tres semanas. Vos tranquilizate y viví lo que tengas que vivir. Pero si no funciona, no pasa nada. Sólo son tres semanas.

III
Créase o no, me tranquilizó. Al menos dejé de llorar. Cuando, tiempo más tarde, se enteró la mujer del Básico, mi cuñada, se sorprendió mucho de que yo lo hubiera elegido de consejero. Pero la perspectiva masculina desdramatiza, y eso me ayuda. Pasó el tiempo y me volví a angustiar: entonces yo ya sabía lo que quería y Chico no mostraba ese entusiasmo avasallante del principio. Mis amigas no podían hacer otra cosa que angustiarse conmigo. Esta vez no fui tan radical: hablé con mi hermano el Preparador Físico (PF). PF es cínico, ácido, desconfiado, pero es mucho menos básico, y por primera vez en su vida hoy está enamorado y feliz. Un domingo después del almuerzo famliar, PF me recomendó que hablara con Chico y le dijera lo que quería: “El necesita escucharlo” me dijo “y vos necesitás dejar de hacerte la boluda con lo que sentís”. Le hice caso.

IV
Pero los varones son expeditivos, y muy efectivos en dejar atrás lo que no funciona. Pasaron un par de semanas y ellos ya asumen que tengo que estar bien. Ahora es mi cuñada la que llama para ver cómo estoy y para que vaya un martes cualquiera a cenar a la casa de ella y el Básico. Cuento con ella, como cuento con mis amigas, que aunque estén casadas y con hijos viven lo que me pasa como si fueran solas otra vez. Pero cómo explicarles a mis hermanos que, después de unos días de sentirme relativamente en paz, hoy me despierto extrañando a Chico con un dolor tan intenso como si nos hubiéramos separado esta mañana. Le llego a contar al Básico y me manda una ambulancia o, mejor, un patrullero de la Federal. Es que hay vínculos que son irreemplazables, y hay sentimientos que –por más buena voluntad que ellos pongan - nunca les podremos hacer comprender.

viernes, 18 de abril de 2008

Lección

I
No voy a hacerme la víctima. Odio a las víctimas. A la chica llorosa con el pañuelito estrujado en la mano. Un duelo no puede durar para siempre. De a poco mi vida vuelve a sus cauces. Vuelvo a ser la chica pre-Chico. Lloro menos y siempre a solas, viajo a Mendoza, conozco a mi sobrino, veo a mis primas, soporto sin llorar los comentarios de mi abuela, abrazo a mi abuelo, regreso, en el medio hago chistes, me río de los chistes de los demás. Pero aquí pasó algo. No soy igual. Estoy triste. Una tristeza masiva, casi secreta, que pasa por debajo de todas las cosas y las modifica, las vuelve más opacas, les cambia el color. Y no, no es el humo con el que me recibió Buenos Aires.
II
Mi analista dice que esto es ahora, que ya va a pasar. Como sucede últimamente, me enojo muchísimo con ella. Para escuchar esas cosas me quedo en mi casa – le digo– pienso qué es lo primero que le diría a otra persona en mi situación y lo repito en voz alta. O llamo a cualquier amiga que haya sufrido alguna vez un desengaño amoroso (es decir, llamo a cualquier amiga) para que me lo diga sin tener que moverme de mi sillón y sin gastar un centavo. El tiempo cura todo, dirá también mi amiga. Y yo bien podría responder: ok, ahora contame algo que no sepa.
III
Entonces mi amiga, con la mejor buena voluntad del mundo, me dirá, por ejemplo: “esto te va a enseñar algo”. Es el preciso momento en el que yo me indigno. Me dicen "de esto vas a aprender" y quiero salir con una metralleta a liquidar a todos. Me indigno con ustedes los comentaristas, me indigno con mi mamá, con el colectivero del 59 que me escuchó llorar durante treinta cuadras (durante las cuales tuvo la delicadeza de no levantar a ningún pasajero, díganme si no estuvo bien). No me jodan. No quiero aprender nada. Al primero que dijo que de los fracasos amorosos se aprende, tráiganmelo que le explico cuatro cosas. A aprender se va al colegio. Una no templa su carácter fracasando en el amor como una especie de soldado espartano preparándose para morir en batalla.
IV
No conozco a nadie que a fuerza de que le rompan el corazón una y otra vez haya conseguido la fórmula para hacer de la siguiente su relación perfecta. Más bien conozco a gente que tiende a encadenar relaciones poco exitosas y a otra gente que, sin aparente esfuerzo ni grandes méritos, está siempre-siempre en pareja y una no entiende por qué. Porque tienen bajas expectativas, dirá entonces mi amiga, que a esta altura ya me tendrá un poco de miedo. Pero ahora vos sabés lo que querés, dirá en esta ocasión mi analista, porque parece que a eso se reduce todo. A estar hecha un trapo, pero sabiendo lo que una quiere. Y yo contestaré que sí, mierda, que sé: quiero dejar de hacer limonada porque la vida me dio limones. Quiero dejar de ser la alumna boba de la escuela del amor.

lunes, 7 de abril de 2008

Ridiculez

I
Disponerse a olvidar a quien todavía se quiere es, en el fondo, una operación antinatural. Dejar de ver de un día para otro a la persona que reconocerías por el olor en cualquier parte, a la que abrazaste hasta quedarte dormida, a quien lavaste y peinaste el cabello, a la que le dijiste cosas que ni vos sabías que podías sentir, parece, de pronto, algo completamente ridículo. Lo absurdo de la situación obliga, además, a realizar maniobras ridículas para desterrar al otro de tu corazón, de tu cabeza, de tu vida.
II
En las últimas semanas, dos de mis mejores amigas terminaron una relación de manera más o menos inesperada y muy dolorosa. Verlas y verme me hizo entender que cada persona intenta provocar ese olvido de diferentes maneras. La de Carola, por ejemplo, consistió en invertir mucha energía en enojarse, gritar, romper un huevo de pascua contra la pared y hasta pegarle a su ex una cachetada que sonó merecida. Carola de repente encontró consuelo en una fe reciclada del secundario y en la visita a un cura sanador, de donde volvió con consejos de calma y un bidón lleno, no de lágrimas sino de agua bendita.
III
La Dra., por su parte, desde de que el Extranjero decidiera desperdiciar la generosa segunda oportunidad que ella le dio, combina momentos de angustia con una especie de compasión que le impide darle de baja a la línea del blackberry que todavía está a nombre de ella. Aunque a la fecha no haya logrado tirar a la basura la tarjeta que él le regaló para San Valentín, la Dra. sí tuvo los reflejos para planificar unas inminentes vacaciones en una isla a la que –por cuestiones de política internacional– él no tendrá ocasión de seguirla para rogarle la oportunidad número tres.
IV
En lo que a mí respecta, mis rituales de estos primeros días consisten en borrar los pocos rastros de él en mi vida con detalle de asesino serial. Lo bloqueo de los contactos de facebook, gtalk y messenger. Retiro de mi campo visual cualquier objeto (la tarjeta de un restaurant, una historieta de Liniers) que pueda recordármelo. Elimino sus mensajes de texto, los últimos mails y, de ser necesario, me escribo una nota amenazadora que coloco junto al teléfono para prohibirme llamarlo en un momento de debilidad. No es que así Chico deje de importarme, ni que consiga pensar menos en él. Pero tengo la fantasía de que, si bajo la guardia, no lograré recuperarme jamás. Aunque sepa que todos los días la gente supera historias tan intensas y con finales más tristes y que yo no seré la excepción, resulta que, más que miedo a la muerte, yo siempre tuve el miedo ridículo a morirme de amor.

jueves, 3 de abril de 2008

Liquidez

I
-Quiero ser tu novia. Ni ni la madre de tus hijos, ni tu esposa, ni sólo tu amante, ni la mina que sale con vos dos veces por semana. Por ahora, quiero ser tu novia. Pero no puedo conformarme con menos.
Chico me miró fijo, extrañado, con sus ojos chiquitos. Yo ya sospechaba cuál sería su respuesta, pero igual tenía que decirlo. Una tiene que pedir lo que quiere, por más que pueda olfatear el miedo del otro como el olor que sienten los perros. Era un momento crucial: dos personas que salen hace unos meses y, cuando no pueden eludir más el tema, deben decidir para qué lado quiere ir cada uno. Yo para allá, Chico –lo supe enseguida, esta misma noche cuando lo vi esperándome en la puerta del edificio- quería ir justo para el lado opuesto.
II
Hace unos dos meses, cuando mi amiga Trotamundos se separó del muchacho con el que salía hacía un año, yo le dije, en un intento de consuelo: tenete paciencia, pero sobre todo, llorá todo lo que necesites. Y le conté sobre mi teoría de los bidones. Yo creo en que hay una cantidad determinada de líquido que una necesita llorar por cada historia que termina: bidones que deben ser llenados con lágrimas y cuyo volumen no tiene relación directa con el amor que se haya sentido por el hombre en particular, ni por el tiempo de relación transcurrido. Es como si se pudiera eliminar por las vías lagrimales los restos de ese amor que ya no está y que no sirve para nada. Ya vas a ver cómo se llenan los bidones y un día no lo llorás más y sentís que lo olvidaste, le dije a la Trotamundos, y parece que eso la ayudó. Aunque me confesó que de vez en cuando les agrega un poco de líquido, mi amiga está mucho mejor.
III
Recuerdo que, en ese momento, mientras hablaba con ella, pensé: cuántos bidones tendría que llenar para olvidar a Chico, en el horrible hipotético caso de que Chico se fuera. Un pensamiento que enseguida me arrepentí de haber tenido. Pero resulta que no: lloré tanto durante esta semana, en la que entendí que Chico no me estaba queriendo como yo necesito, que cuando llegué a encontrarme con él para hablar de lo nuestro ya casi no tenía lágrimas. Igual derramé algunas, mientras nos despedíamos, y también lloro ahora, mientras escribo en mi blog después de tanto tiempo. Pero empieza otra etapa de la historia, y necesito que empiece lo antes posible. No tengo derecho a seguir llenando bidones por alguien que no quiso (no pudo) aceptar tan encantadora proposición.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Contradicción

I
Era previsible. En realidad, lo mío es coherencia. Chico es una de las personas menos interesadas por su apariencia física que conocí jamás. Durante la primera cita, me explicó que no es propietario de ningún par de medias del mismo color. Es de los que creen que usar acondicionador en el pelo convierte a un muchacho promedio de inmediato en metrosexual. La ropa no es para él una manera de expresarse, sino algo que uno se pone encima para salir a la calle. O, mejor dicho, es una manera de expresar que la ropa no le interesa para nada.
II
Pero Chico no es un ermitaño ni es un geek que trabaja escondido bajo una cáscara de nuez. Tiene un trabajo serio y se reúne con gente importante para resolver cosas que inciden en la vida de otra gente. Tiene una vida social intensa: recibe invitaciones a cócteles a los que asiste con el pelo revuelto y remeras arrugadas estampadas con una propaganda de cerveza hondureña.
III
Aunque teóricamente sé apreciar la diferencia, yo lo miro y es Pierce Brosnan vestido de Bond, George Clooney en la entrega de los Oscar. Pero yo no cuento: muero por él, y comprendo que el mundo no tiene por qué opinar lo mismo. Que las primeras impresiones, nos guste o no, dicen algo a los demás de nosotros, y que muchas veces dicen cosas equivocadas.
IV
"Las mujeres queremos casarnos con el Che Guevara y luego afeitarle la barba". Tiempo atrás, cuando escuché a Maitena hacer esta afirmación, me indigné: "¿de qué habla esta mujer? yo nunca voy a ser así", pensé enseguida. Pero, entonces ¿por qué cada vez que paso por el negocio que está debajo de casa estoy tentada de comprarle a Chico unas remeras de colores firmes? ¿O de sacarlo a comprar unas zapatillas de apariencia decente?
V
Y ahí entran las contradicciones. Si a mí Chico me enamora así, si con su personalidad le alcanza para conquistar a todo el mundo con tan poca dificultad como lo hizo conmigo. Si tiene la seguridad suficiente como para no tener que disfrazarse de nada ¿por qué me hago problema? O mejor dicho ¿Quién tiene el problema?

jueves, 31 de enero de 2008

Coordinación

Arthur Abbott: "Iris, in the movies we have leading ladies and we have the best friend. You, I can tell, are a leading lady, but for some reason you are behaving like the best friend. " (de The Holiday, de Nancy Meyers)
I
La Dra y yo somos amigas desde el secundario, pero desde hace unos doce años somos inseparables. Su familia me adora y paso cada Año Nuevo con ellos. Mi madre se anima a opinar con mayor libertad sobre la vida sentimental de ella que sobre la mía. Tenemos el pulso exacto de la vida cotidiana de la otra. Conozco con pelos y señales la vida de sus compañeros de trabajo, las complicaciones del hospital, las dificultades de procedimientos quirúrgicos de los que no entiendo absolutamente nada. Del mismo modo, la Dra. sabe todo de mí, puede recitar al menos nombre y descripción de los personajes principales y secundarios de mi existencia, y se ve obligada a sumergirse en lecturas y situaciones que jamás le interesarían si no me involucrasen.
II
Si nuestra vida fuera una comedia romántica de Hollywood, cada una sería por un rato la Protagonista, mientras a la otra le tocaría hacer de Mejor Amiga. A la Protagonista le pasan las cosas y la Mejor Amiga es la que escucha el relato de las cosas que a ella no le pasan. Mientras ella estaba de novia, yo era sola; mientras yo tenía chico, ella no quería tener o no tenía. Siempre nos manejamos con esa precisión. Aunque al resto de nuestras amigas siempre les llamó un poco la atención esta alternancia, nosotras la tomamos casi como si fuera una fatalidad. La situación, además, tenía algunas ventajas: permitirnos cierta equidad a la hora de compartir los problemas, y el hecho de que la otra siempre estuviera disponible para contener en una crisis de pareja o convertirse en un comité unipersonal de emergencia cuando llegaba una ruptura.
III
El ejemplo más claro se dio a principios de 2007. El 31 de diciembre de 2006 yo me separé de Ex y, diez días más tarde, la doctora conoció a su chico, el Extranjero, con quien terminó cortando a mitad de año. Pero hace poco éste volvió con todo, y es amor otra vez, o más que antes. Su apasionado regreso casi coincidió con el florecimiento de mi romance con Chico (¡si, chicas: sigue!) lo que nos impidió a la Dra. y a mí comunicarnos durante varios días, salvo por escuetos mensajes de texto con muchos signos de admiración o por llamados telefónicos siempre interrumpidos. Queríamos saber y contarnos todo y no encontrábamos el momento. En una ocasión, yo la dejé plantada a ella. Al otro día, ella me cortó el teléfono a mí. La verdad es que no nos importó. Estábamos genuinamente felices por la otra. Pero, además, habíamos descubierto, incrédulas, algo que no había sucedido nunca antes: por una vez, las dos al mismo tiempo éramos la Protagonista.

miércoles, 16 de enero de 2008

Superstición


I
Estoy aterrorizada. Por fin conozco a alguien que me gusta-gusta, o mejor dicho que me gusta-encanta, y no que me gusta-pero. Y parece que este alguien también gusta de mí. Estoy estúpida las veinticuatro horas del día: espero la hora para verlo como una quinceañera en los noventa esperaba su viaje a Disney.
II
Llevo una semana entera sin interesarme en absoluto por la comida. Las desgracias ajenas me importan lo mismo que nada: contemplo impasible las cifras de accidentes de tránsito en la ruta durante las vacaciones. Me lleno de actividades en las que no sea necesario usar el cerebro para mostrarme ocupada como el conejito de Duracell y que el mundo no descubra que, al fin y al cabo, soy igual a todas: una muchachita cursi que se emociona con la novela de las cuatro de la tarde.
III
Me encantaría poder contarles todo. La anécdota de cómo nos conocimos, por ejemplo, que es muy graciosa. Pero tengo miedo de que si escribo algo aquí todo se arruine. Pánico de que sea eso y no otra cosa (que la emoción pase, y descubramos que él no es para mí o yo para él o que nos dejemos de gustar, por ejemplo) lo que desencadene una catástrofe y que este chico (les aseguro que es tierno, apasionado, gracioso y completamente un personaje) deje de llamarme o de contestarme los mails de un día para el otro .
IV
Así que aquí me tienen, la mujer racional, la que se enoja cuando sus amigas se aceleran después de la segunda cita, la que reta enérgicamente al pobre L. cuando le dice "te amo" a su novia en el primer mes de la relación, deshojando margaritas y leyendo el horóscopo de él en la revista del domingo. Por las dudas, ustedes crucen los dedos, así les puedo contar cómo sigue.

jueves, 3 de enero de 2008

Elegancia *


I
Estamos en una reunión conversando con un amigo en común. Acaban de presentarnos. En un momento, el amigo hace referencia a una situación de la que ellos dos habían participado. Me empiezan a contar que Él discutió con una chica a la que yo vi dos veces en mi vida, que me pareció bastante antipática, y que en el diálogo que me relatan claramente dijo una estupidez.
II
El amigo en común le insiste para que Él siga contándome, dándole a entender que estamos en confianza, que delante mío puede hablar mal de la otra. Elegantemente, Èl evita hacerlo: como si no hubiera entendido, señala con calma sus objeciones a los argumentos de ella y seguimos hablando de otra cosa.
III
Es el momento en el que un hombre de apariencia perfectamente común tirando a descuidado, un adulto que en una reunión social lleva puesto un pulóver viejo con dos agujeros en la espalda, pasa de ser un simpático desconocido a ser otra cosa. Una especie de príncipe azul en el envase de un intelectual desaliñado.
IV
Me obsesiono como una adolescente. Como cuando en tercer año del colegio fuimos a un retiro espiritual y todas nos enamoramos del profesor que se estaba por hacer cura, y después, a la noche, todavía afiebradas por estar al sol o cerca de él todo el día nos juntábamos en una pieza y decíamos: no, no, Dios mío por favor que no se haga. Resulta que tener quince años y treinta y uno es exactamente lo mismo. Al menos, los enamoramientos grupales eran más seguros. La desprotección da mucha vergüenza.
V
De todos modos, ya pasaron varios días, y sigo sin saber si Èl es heterosexual, soltero, o si al menos tiene algún interés por el sexo en general. Mi analista dice que no parece gay, y ella lo vio, aunque sólo de lejos, en la presentación de un libro de un ex paciente suyo y actual amigo mío (mi analista es así). La teoría de que está solo apenas se sustenta en los agujeros del pulóver: si sale con alguien, hace demasiado poco. Una mujer que te ama o que al menos siente alguna inclinación por vos no permite que andes por ahí con un pulóver tan rotoso. Si es novia nueva, quizás aún no haya visto el pulóver, o no se haya atrevido a decirle nada. Pero teniendo en cuenta nuestras diferencias espacio temporales y los límites del decoro que una chica como yo debería respetar, lo más probable es que por el momento no me entere de nada más.
*Ya sé que este post es viejo -o "vintage"- mis disculpas a los que ya lo recibieron. Pero todavía sigue vigente, y mis neuronas están adormecidas por el calor...