miércoles, 1 de agosto de 2007

Frivolidad


I
Mi madre y yo somos muy distintas. Mi madre no mira televisión, no lee revistas de chismes, elige la ropa exclusivamente por su calidad, grado de practicidad y duración, y nunca, jamás, sabrá quién es Paris Hilton. Con una inteligencia práctica notable, es la mujer menos frívola que conocí en mi vida. Su madre, en cambio, podría integrar la lista de las mujeres más superficiales. Mi abuela vive una existencia vicaria a través del televisor y la revista Caras, y es dueña de una enorme colección de zapatos y carteras que apenas usa y nunca me dejó tocar. Yo, quiero creer, estoy a mitad de camino entre las dos: un saludable punto medio.

II
Una consecuencia de la falta de frivolidad de mi madre es que no tiene amigas íntimas. Las mujeres construimos nuestra relación con otras mujeres en base a detalles que mi madre no maneja, o desconoce por completo. Esa es, creo, una de las razones por las que, a lo largo de su vida, no ha conservado amistades del tipo simbiótico enfermizo como las que, por ejemplo, sí acredita su propia hermana. Con las amigas que tiene, mi madre se ve obligada a hablar de cosas serias, es decir, de dramas: muertes, enfermedades, separaciones, traumas. Y nunca desde el costado malvado y divertido que usamos el resto de nosotras para relativizar y reírnos un poco con la desgracia ajena.

III
Quizás por eso, siempre contempló con extrañeza el hecho de que, a pesar de haberla visto dos horas atrás, yo sea perfectamente capaz pasar otras dos horas hablando con la Dra. por teléfono. O que pueda sentir la obligación moral de acompañar a A. a elegir una alfombra para su casa sólo porque ella me lo pidió, o que atienda con total naturalidad un llamado de la Tía a las cinco de la mañana. Si embargo, con el correr de los años mi madre fue entendiendo a través mío la importancia que tienen las amigas en momentos complicados. Vio, por ejemplo, cómo E. me acompañó a un examen que me aterraba dar sola, o cómo, al día siguiente de que corté con Ex, la Dra. sacó dos pasajes para irnos juntas a Mar del Plata.

IV
Por suerte, ya desde hace un tiempo, el estilo de mi madre se ha suavizado bastante: ahora me convoca como asesora de vestuario cada vez que tiene un evento social, e incluso podemos conversar de cosas intrascendentes sin que se ponga nerviosa. Y, lo más importante, comprende y se angustia a la par mío cuando, por ejemplo, le cuento que la Dra. está triste y no puedo hacer mucho para consolarla. Creo que, a esta altura, a mi madre no le puedo pedir mucho más: como le gusta repetir a mi psicóloga, los estilos no se cambian.

7 comentarios:

EmmaPeel dijo...

Tal cual, doña!
Buen retrato

besos

Unknown dijo...

Ay que buen blog! Creo que lo lei todo Alice!!! Y cuan identificada me siento con algunas cosas.... Slds!

Muppets de Balcón dijo...

Nuestras madres deberían conocerse. Besos.

Anónimo dijo...

si te cuento todo sobre mi madre, te la llevas a vivir con vos... y si te agrego el perfil de mi nona... te largasa llorar de la ternura, a ver como te la dibujo... la viejita dulce de "Duplex"... bueno... un par de años younger. UN PLACER LEERTE UNA Y OTRA VEZ!

Anónimo dijo...

¿Oyeme pero esto que digas tU psicóloga es cierto? Mira tú que por ahí empezamos con la excesiva profundidad... en serio, en serio, que es mejor, para estos caso, una charla con el peluquero, quienes realmente me parecen verdaderos piscólogos: y no de oficio...

Alicia dijo...

Emapeel y Soledad y Carola:
gracias...

Muppets:
tendremos que organizar una reunión cumbre, entonces.

Malvisto:
creo que lo que dice mi psico es cierto...aunque no me atrevo a subestimar la sabiduría de los peluqueros...
Besos para todos.

Anónimo dijo...

Hoy te leì x vez priemra, me encanta tu estilo
Què relacioncita la madre-hija, eh?
Nadie escapa a los abismos ente una y su madre
Blixmi