
“El tiempo no es un doctor (…) El tiempo sólo te cura lo que no importa ya”
Enrique Bunbury, Un bastón para tu corazón
I
El Ex tiene novia nueva. Me acabo de enterar. Yo no quería saber, pero la única de mis amigas que vive en el pueblo me lo tiró por msn. Encima la conozco, a la nueva. No sé si eso es mejor o peor. Busco en mi disco rígido cualquier información que pueda haber acumulado sobre ella en los años que pasé en el pueblo y encuentro: es gorda. A menos que haya adelgazado mínimo diez kilos, es gorda-gorda. Si mal no recuerdo, también es fea. Debe seguir siendo más o menos fea: para eso no hay mucho que hacer. También recuerdo que es buena mina. Y que la familia de él y la de ella son muy amigas. Que sus padres trabajan juntos. Que viven a dos cuadras de distancia. Que son fanáticos del mismo equipo de básquet. Todo cierra perfecto. La vida del Ex está arreglada para siempre.
II
Pero tengo que enterarme justo hoy, que lo pasé oscilante entre el espanto de ver la rutina de las parejas discutiendo por estúpidos regalos navideños y la nostalgia de no tener un muchacho con quién decidir qué le compramos a tu mamá, qué llevamos a lo de mis viejos, a casa de los amigos de quién vamos después de las doce. Seguramente la familia de ella y la de él pasarán las fiestas juntos, en la quinta de ella, y todos brindarán a las doce por la feliz pareja. Me cuesta imaginar al Ex ahí, con sus fobias, en medio de lo que desde afuera tiene toda la pinta de un matrimonio por conveniencia, soportando tranquilo toda esa presión. Por más que él la quiera: no lo veo en una relación en la que no haya, al menos, cariño, y estoy segura de que ella es una chica querible.
III
De todos modos, el shock persiste: que él sea de los dos el primero en volver a ponerse de novio es, para mí, inesperado. Mi primer pensamiento mezquino fue: si sale con ésta mis acciones bajan, si estuviera con una diosa entro en la categoría diosas-que-salieron-con-el-Ex; pero ahora a los ojos del pueblo voy a ser un poquito más gorda, más deslucida, más parecida a la imagen del colegio secundario que habrá quedado de mí que a ésta (más sofisticada, más estilizada, más linda) que creo ser hoy.
IV
Hay algo más: que tenga novia nueva me hace pensar que debió hablar de mí con ella, que ya me convertí en el relato de la relación anterior, el resumen que se cuenta a la pareja siguiente, la exageración de los defectos, la atenuación de las virtudes, la enumeración de condiciones que motivaron la ruptura. Soy un fragmento del discurso amoroso, mientras él todavía pertenece para mí al presente continuo. El es, todavía, el Ex. Si se pelea con ésta, y no se casan ni –como imagino– se van a vivir a la quinta a regar plantas y criar perros (aunque el Ex odia a los perros), yo ya no seré la Ex. Quedaré todavía más lejos en el pasado. Seré todavía un poco más olvidable, algo que mi ego hoy no está en condiciones de absorber.
El Ex tiene novia nueva. Me acabo de enterar. Yo no quería saber, pero la única de mis amigas que vive en el pueblo me lo tiró por msn. Encima la conozco, a la nueva. No sé si eso es mejor o peor. Busco en mi disco rígido cualquier información que pueda haber acumulado sobre ella en los años que pasé en el pueblo y encuentro: es gorda. A menos que haya adelgazado mínimo diez kilos, es gorda-gorda. Si mal no recuerdo, también es fea. Debe seguir siendo más o menos fea: para eso no hay mucho que hacer. También recuerdo que es buena mina. Y que la familia de él y la de ella son muy amigas. Que sus padres trabajan juntos. Que viven a dos cuadras de distancia. Que son fanáticos del mismo equipo de básquet. Todo cierra perfecto. La vida del Ex está arreglada para siempre.
II
Pero tengo que enterarme justo hoy, que lo pasé oscilante entre el espanto de ver la rutina de las parejas discutiendo por estúpidos regalos navideños y la nostalgia de no tener un muchacho con quién decidir qué le compramos a tu mamá, qué llevamos a lo de mis viejos, a casa de los amigos de quién vamos después de las doce. Seguramente la familia de ella y la de él pasarán las fiestas juntos, en la quinta de ella, y todos brindarán a las doce por la feliz pareja. Me cuesta imaginar al Ex ahí, con sus fobias, en medio de lo que desde afuera tiene toda la pinta de un matrimonio por conveniencia, soportando tranquilo toda esa presión. Por más que él la quiera: no lo veo en una relación en la que no haya, al menos, cariño, y estoy segura de que ella es una chica querible.
III
De todos modos, el shock persiste: que él sea de los dos el primero en volver a ponerse de novio es, para mí, inesperado. Mi primer pensamiento mezquino fue: si sale con ésta mis acciones bajan, si estuviera con una diosa entro en la categoría diosas-que-salieron-con-el-Ex; pero ahora a los ojos del pueblo voy a ser un poquito más gorda, más deslucida, más parecida a la imagen del colegio secundario que habrá quedado de mí que a ésta (más sofisticada, más estilizada, más linda) que creo ser hoy.
IV
Hay algo más: que tenga novia nueva me hace pensar que debió hablar de mí con ella, que ya me convertí en el relato de la relación anterior, el resumen que se cuenta a la pareja siguiente, la exageración de los defectos, la atenuación de las virtudes, la enumeración de condiciones que motivaron la ruptura. Soy un fragmento del discurso amoroso, mientras él todavía pertenece para mí al presente continuo. El es, todavía, el Ex. Si se pelea con ésta, y no se casan ni –como imagino– se van a vivir a la quinta a regar plantas y criar perros (aunque el Ex odia a los perros), yo ya no seré la Ex. Quedaré todavía más lejos en el pasado. Seré todavía un poco más olvidable, algo que mi ego hoy no está en condiciones de absorber.